Por Lucía Lagunes Huerta* | Zona de Reflexión
Recientemente la organización Ririki Intervención Social dio
a conocer los resultados de la investigación que realizó entre familias
mexicanas sobre la violencia hacia niñas y niños.
Una de las primeras revelaciones del estudio es que sin
importar la clase social, ni si se está en la ciudad o en el campo, en el seno
de las familias persiste la violencia física hacia la infancia.
Seguramente recordará
la frase de que “la letra con sangre entra” y puede que crea que esto tiene que
ver con principios del siglo pasado y que en nuestra modernidad las cosas han
cambiado; que hoy el diálogo y la explicación son los mecanismos utilizados
para educar a las niñas y niños mexicanos, enseñando así una cultura
civilizatoria que se reflejará en la sociedad.
Nada más lejos de esta fantasía, pues la investigación de
Ririki, revela que hoy en día en pleno
siglo XXI la violencia física sigue siendo el mecanismo a través del cual
padres y madres buscan enseñar y lograr la obediencia de sus críos.
Los objetos físicos, como cinturones, chanclas, palos,
nopales, sogas, además de las manos, siguen siendo instrumentos frecuentes a
los cuales las y los progenitores recurren para marcar los límites a sus hijas
e hijos. Esto ocurre con cuatro de cada 10 padres y madres que fueron
consultados a través de grupos focales.
Sin importar la efectividad o no de la práctica para
conseguir su objetivo de educar, corregir, marcar límites o enseñar valor es,
la violencia física sigue siendo la primera vía utilizada, antes que el diálogo
o la explicación.
Aun cuando reconocen que poco sirve la violencia para lograr
esos objetivos, ambos progenitores justifican su uso.
El estudio “Detrás de la puerta... que estoy educando”, al
que hago referencia, afirma que la permanencia de la violencia hacia la
infancia se mantiene por la creencia de que el maltrato y el aprendizaje van a
la par del sufrimiento y se junta con la tendencia autoritaria de control de
los padres.
El resultado de esta práctica es enojo y tristeza para la
infancia. Niñas y niños entrevistados en la investigación manifestaron sentirse
poco queridos y muy enojados porque no les gusta ser golpeados.
Sin embargo, parte ya del aprendizaje de la infancia es que
ellos mismos, tanto niñas como niños, justifican la necesidad del golpe cuando
se portan mal.
Cómo romper una lógica social y de gobernar en un país donde
la base primaria enseña y educa a través de la violencia, cuando la ley del más
fuerte se ejecuta todos los días, ahí donde tendría que haber amor, comprensión
y protección para nuestra infancia.
Estas niñas y niños mexicanos que viven violencia
justificada y tolerada socialmente baj o la lupa adultocéntrica, son las y los
ciudadanos próximos que gobernarán esta nación y que serán gobernados tal vez
desde esta misma lógica.
Tal como vemos hoy que ocurre con el nuevo gobierno federal
que privilegia la violencia contra quien no piense como él o no esté de acuerdo
con él.
Pues dialogar no es simplemente oír al otro sin moverte de
tu posición. Dialogar, incluso en el hogar, implica escuchar a las otras
personas y buscar entender sus argumentos que no coinciden con los míos para
poder llegar a un acuerdo mutuo.
En las familias estas mesas de diálogo no ocurren
frecuentemente, más bien poco, en poquísimos hogares, principalmente de las
zonas urbanas y de la clase media se suele establecer de manera conjunta las
reglas de la familia, horarios, tareas o deberes que cada una de las personas
tendrá que acatar.
Esta vía, señalan padres y madres, suele ser más efectiva
para corregir, educar y enseñar valores, pues las hijas e hijos suelen apegarse
más porque son parte del acuerdo familiar.
Romper con el círculo de la violencia tanto dentro del hogar
como en el entorno social y político se hace no sólo necesario sino urgente,
pues el enojo y la tristeza que se acumula con los años se regresa con mucha
más viole ncia, y eso a ninguna persona beneficia.
Twitter: @lagunes28
*Periodista y
feminista, directora general de CIMAC. (Cimacnoticias)
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