Cuando François Marie Arouet, “Voltaire”, supo que el
gobierno francés había mandado incinerar en la plaza pública cuanto ejemplar de
sus Cartas Inglesas fue posible confiscar, exclamó: “Hombre, cómo hemos
progresado: antes se quemaba a los escritores… hoy únicamente a sus libros.
¡Esto es civilización!”
Doscientos años después, James Joyce se quejaba en carta a
su editor norteamericano: “No menos de veintidós editores leyeron el manuscrito
de Dubliners, y cuando, por último, fue impreso, una persona muy amable compró
toda la edición y la hizo quemar en Dublín —un nuevo y privado auto de fe.”
Estos recuerdos vienen a cuento porque se cumplen 80 años
del histórico fallo del juez John M. Woolsey gracias al cual nuestros primos
del norte pudieron por primera vez leer Ulises sin riesgo de ir a parar a una
mazmorra —curiosamente casi al mismo tiempo que fue revocada la “ley seca”—. El
fallo fue un duro golpe a los censores que, en palabras de Morris L. Ernst,
“durante décadas han luchado por mutilar la literatura […] y procurado reducir
el material de lectura de los adultos al nivel de los adolescentes y personas
subnormales”.
En 1933, amarrar las manos a los autonombrados guardianes de
la moral pública —de la mente y del cuerpo— oxigenó a la sociedad
norteamericana. Podría establecerse una línea de continuidad entre la
legalización del Ulises y del trago, las movilizaciones pro derechos civiles y
los resultados de la votación que pusieron a un hombre de raza negra en la Casa
Blanca —algo que ni siquiera Lincoln hubiese imaginado... o aceptado.
En el caso de la resolución del juez Woolsey —cuya parte
central comparto hoy con los lectores—, no hay que pasar por alto que fue
dictada cuando en las verdes colinas de Georgia y Missouri el Ku Klux Klan
linchaba negros y en muchas escuelas se prohibían las enseñanzas de Darwin. Me
parece que cuando los vientos de la moralina, el conservadurismo y el
fundamentalismo religioso comienzan de nuevo a soplar, ésta es una lectura
provechosa para todos los amantes de la libertad. Vale:
“II —He leído Ulises una vez en su totalidad y varias veces
los pasajes de los cuales el gobierno se queja en forma particular. De hecho,
durante muchas semanas he dedicado mi tiempo libre a la consideración del fallo
que mi deber me exigía en este asunto. Ulises no es un libro fácil de leer o
comprender. Pero se ha escrito mucho sobre él y para acercarse con propiedad a
su consideración es conveniente leer cierto número de libros que ahora se han
convertido en sus satélites. El estudio de Ulises es, en consecuencia, una
pesada tarea.
“III —La reputación de Ulises en el mundo literario
justificaba, empero, mi decisión de emplear todo el tiempo que fuera necesario
para compenetrarme a mi entera satisfacción de la intención con que el libro
fue escrito, pues, desde luego, en todos los casos en que un libro es tachado
de obsceno, primero se debe determinar si la intención del autor al escribirlo
fue lo que comúnmente se llama pornografía; es decir, escribir con el propósito
de explotar la obscenidad. Si se llega a la conclusión de que el libro es
pornográfico, habrá terminado la consulta y el decomiso deberá hacerse. Pero en
Ulises, a pesar de su franqueza inusitada, no encuentro en ningún lugar el
propósito equívoco del sensualista. Sostengo, por consiguiente, que no es
pornográfico.
“IV —Al escribir Ulises, Joyce trató de hacer un experimento
serio en un género literario nuevo, si no enteramente inédito. Toma a personas
de la más modesta clase media, que viven en Dublín en 1904 y trata no solamente
de describir lo que hicieron cierto día, a comienzos del mes de junio, mientras
iban y venían por la ciudad empeñadas en sus ocupaciones habituales, sino que
también trata de contar lo que muchas de ellas pensaron entretanto.
“Joyce ha intentado —con éxito asombroso, según creo—
mostrar cómo la pantalla de la conciencia, con sus impresiones calidoscópicas
siempre fugaces, lleva, cual si fuese un palimpsesto plástico, no solamente lo
que queda de las cosas que suceden a su alrededor en el foco de observación de
una persona, sino también los residuos de impresiones pasadas que quedan en una
zona de penumbra y que surgen por asociación de ideas desde las profundidades
del subconsciente. Luego muestra cómo cada una de esas impresiones influye en
la vida y en la conducta del personaje que está describiendo. Lo que él trata
de conseguir no difiere del resultado de una sobreexposición en una película
cinematográfica o, si ello es posible, de una exposición múltiple que diera un
primer plano claro sobre un fondo visible pero algo borroso, y fuera de foco en
grados constantemente variables.
“Tener que explicar con palabras un efecto que evidentemente
se presta más para una técnica gráfica, es causa principalísima, según creo, de
la obscuridad con que tropieza el lector de Ulises. Y también justifica otro
aspecto del libro que debo además considerar: la sinceridad de Joyce y su
honesto esfuerzo para mostrar con exactitud cómo operan las mentes de sus
personajes.
“Si Joyce no intentara ser honesto desarrollando la técnica
que ha adoptado en Ulises, el resultado sería psicológicamente falso e infiel,
por lo tanto, a la técnica elegida. Tal actitud sería artísticamente
imperdonable. Y es porque Joyce se ha mantenida leal a su técnica y no ha
intentado evadirse de sus necesarias implicaciones, sino que ha tratado
honestamente de contar con plenitud lo que sus personajes piensan, que ha sido
objeto de tantos ataques y que la finalidad por él perseguida ha sido tan a
menudo mal entendida y mal interpretada. Pues su propósito de realizar sincera
y lealmente el móvil propuesto le exigió usar incidentalmente ciertas palabras
que en general son consideradas sucias y lo ha llevado a veces a lo que muchos
consideran una preocupación demasiado acentuadamente sexual en los pensamientos
de sus personajes. Las palabras tildadas de “sucias” son viejos términos
sajones, conocidos por casi todos los hombres y, me arriesgo a decir, por
muchas mujeres, y son las palabras que emplearía natural y habitualmente, creo
yo, la clase de gente cuya vida física y mental Joyce está tratando de
describir. Respecto a la reaparición insistente del tema del sexo en la mente
de los personajes, no se debe olvidar que éstos actúan en un ambiente céltico y
en plena temporada primaveral.
“Que a uno le agrade o no una técnica como la que usa Joyce,
es cuestión de gusto y sobre la cual toda discusión es inútil. Pero pretender
someter esa técnica a los puntos de vista de otras técnicas me parece punto
menos que absurdo. Por consiguiente, sostengo que Ulises es un libro sincero y honesto,
y pienso que las críticas quedan enteramente compensadas por su razonada
exposición.
“V —Además, Ulises es un asombroso tour de forcé si se
considera el éxito que ha obtenido, en principio, con un objeto tan difícil
como el que Joyce se había propuesto. Como ya he dicho, Ulises no es un libro
de fácil lectura. Es brillante y aburrido, inteligible y oscuro
alternativamente. En muchos pasajes me resulta desagradable; pero, aunque
contiene —como ya he mencionado— muchas palabras consideradas vulgarmente
sucias, no he hallado nada que denote complacencia en tal suciedad. Cada
palabra del libro contribuye como un trozo de mosaico al detalle del cuadro que
Joyce está tratando de ofrecer a sus lectores.
“Si uno no desea asociarse con gente como la que Joyce pinta,
es asunto que queda librado al criterio personal. Para evitar contactos
indirectos como esos personajes, uno puede no desear la lectura de Ulises; eso
es bastante comprensible. Pero si un verdadero artista de la palabra, como
Joyce lo es indudablemente, intenta trazar una imagen real de la clase media
más baja de una ciudad europea, ¿debe ser legalmente imposible para el público
norteamericano ver esa imagen?
“Para contestar a esta pregunta no es suficiente llegar a la
conclusión, como lo he hecho más arriba, de que Joyce no escribió Ulises con lo
que vulgarmente se llama ‘intención pornográfica’. Debo esforzarme por aplicar
un criterio más objetivo a su libro a fin de determinar su efecto,
prescindiendo de la intención con que fue escrito.
“VI —La ley en la cual el decreto está comprendido,
solamente pena, en lo que nos concierne, la introducción en los Estados Unidos
de cualquier libro obsceno proveniente de cualquier país extranjero. No esgrime
contra los libros la amenaza de los adjetivos condenatorios que generalmente se
hallan en leyes que tratan asuntos de esta índole. Se requiere de mí, por lo
tanto, únicamente que determine si Ulises es obsceno dentro de la definición
legal de dicha palabra.
“El significado de la palabra ‘obsceno’, como la definen
legalmente las Cortes, es: ‘Tendiente a excitar los impulsos sexuales o a
inducir a pensamientos sexualmente impuros y sensuales’. Si un determinado
libro tendiera a excitar tales impulsos y pensamientos, tendría que ser probado
por la Corte, en cuanto a su efecto, en una persona de instintos sexuales
normales —lo que los franceses llaman l’homme moyen sensuel—, que desempeña en
esta rama de investigaciones legales el mismo papel de reactivo hipotético que
el ‘hombre razonable’ en la Ley de Agravios y ‘el hombre entendido en arte’
respecto a cuestiones de invención en la Ley de Patentes.
“El riesgo involucrado en el uso de tales reactivos surge de
la tendencia inherente del examinador de hechos, por imparcial que intente ser,
de subordinar demasiado su reactivo a su propia idiosincrasia. Aquí he
intentado evitar esto en lo posible y hacer mi reactivo más objetivo de lo que
hubiese podido ser de otra manera, adoptando el siguiente proceder:
“Después de haber tomado mi decisión acerca de ese aspecto
de Ulises que ahora se considera, confronté mis impresiones con las de dos
amigos míos, que en mi opinión reunían los requisitos arriba mencionados para
mi reactivo. Estos asesores literarios —como bien podría llamarlos— fueron
visitados separadamente y ninguno sabía que yo había consultado al otro. Son
ellos hombres cuya opinión sobre la literatura y la vida valoro muy altamente.
Los dos habían leído Ulises y, desde luego, estaban completamente desvinculados
de esta causa. Sin hacer saber a ninguno de mis asesores cuál era mi decisión,
di a cada uno la definición legal de ‘obsceno’ y le pregunté si en su opinión
Ulises era ‘obsceno’ dentro de esa definición. Me interesó comprobar que ambos
estaban de acuerdo con mi opinión: Que Ulises, leído en su integridad, como un
libro debe ser leído en una prueba como ésta, no tendía a excitar impulsos
sexuales o pensamientos sensuales, sino que su efecto sobre ellos era solamente
el de un comentario algo trágico y muy poderoso sobre la vida íntima de hombres
y mujeres.
“La ley concierne únicamente a personas normales. Un ensayo
tal como el que he descrito, es, por lo tanto, la única prueba apropiada de
‘obscenidad’ en el caso de un libro como Ulises, que es un intento sincero y
serio de crear un nuevo método literario para la observación y descripción de
la humanidad. Me doy perfecta cuenta de que, debido a alguna de sus escenas,
Ulises es un trago más bien fuerte para ser gustado por algunas personas
sensibles, aunque normales; pero mi opinión, madurada tras larga reflexión, es
que mientras en muchos pasajes el efecto que Ulises produce sobre el lector es
indudablemente algo emético, en ninguna parte tiende a ser un afrodisíaco. Por
lo tanto, Ulises puede ser admitido en los Estados Unidos.”
9/10/13
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