- La investigación encabezada por Gloria Soldevila, del IIBm, busca evitar el rechazo del órgano mediante una vía natural menos dañina y más específica que los inmunosupresores
- Obtuvo el Premio Dr. Jorge Rosenkranz en la categoría Biotecnología por su trabajo, que promete elevar la calidad y aumentar los años de vida de los pacientes sometidos a esta intervención
Al practicar una operación de este tipo, se busca la máxima
compatibilidad renal, aunque siempre habrá cierto grado de rechazo del cuerpo.
A fin de contrarrestar esto, el sujeto deberá tomar inmunosupresores de por
vida para bloquear las defensas naturales del organismo (mayoritariamente las
de los linfocitos T, glóbulos blancos encargados de la respuesta inmunitaria).
A mediano plazo, esto funciona por 11 o 14 años (tiempo de
vida media de un trasplante de paciente cadavérico o vivo, respectivamente),
pero los medicamentos generan efectos secundarios que van desde afecciones al
riñón y otros órganos hasta problemas cardiovasculares y metabólicos. Además,
es factible desarrollar propensión a patologías como el cáncer o a infecciones.
A fin de contrarrestar esta situación, la investigación
Establecimiento de un protocolo para expansión y generación de células T
reguladoras con función supresora estable y potencial terapéutico de trasplante, encabezada por Soldevila, intenta sustituir
el método típico de inmunosupresores por uno más directo y natural.
Así, se pretende establecer una vía para expandir las
células T reguladoras (T reg.) —que responden a infecciones o combaten diferentes
patologías— y usarlas en el trasplante en cuestión. La ventaja, afirmó la
universitaria, es que éstas son del propio individuo, extraídas, cultivadas y
reintegradas al organismo.
Nueva alternativa
Existen dos tipos de células T reguladoras: las provenientes
del timo (tímicas o naturales), que van a la periferia como supresoras, y las
que salen como linfocitos T vírgenes —pero se convierten en T reg. ante
citocinas inmunosupresoras como el TGFb y el ácido retinoico— que estabilizan
la expresión Foxp3, factor de transcripción maestro que otorga la supresión
referida.
Por ello, se ha trabajado en dos vertientes. En la primera,
se extraen los linfocitos T regulatorios del individuo y se aíslan mediante una
citometría de flujo (aparato que identifica y separa estas unidades
fundamentales microscópicas según sus características) para detectar las CD4+
CD25+ (con un porcentaje muy bajo, de cerca del cinco por ciento). Después se
multiplican con anticuerpos monoclonales y se expanden in vitro en presencia de
la citocina IL-2 (factor de crecimiento) y rapamicina (estabilizador de su
función supresora).
Así, de un cultivo de 25 mil células es factible obtener
millones. Una vez expandidas se debe comprobar su funcionalidad —a través de un
ensayo de supresión en un ambiente controlado fuera del organismo— para
reintegrarlas en el paciente de forma intravenosa y así suprimir las
alorreactivas que intentan rechazar el injerto.
En la segunda se toman linfocitos T vírgenes, se cultivan y
se programan para convertirlas en T reg., luego de activarlas in vitro en
presencia de TFGb, rapamicina y ácido retinoico, a fin de regular las células
que rechazan el injerto, señaló Soldevila Melgarejo.
Hasta el momento, hay pocos estudios en humanos con terapia
mediante esta vía (ninguno con trasplante de órganos sólidos); se espera
lograrlo en un lustro. El objetivo es corroborar su inocuidad.
La investigación se realizó en colaboración con Josefina
Alberú, del Departamento de Trasplantes del Instituto Nacional de Ciencias
Médicas y Nutrición Salvador Zubirán.
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