En palabras de Madina Mousa: "Yo no podía quedarme de brazos cruzados ante las dificultades"

Madina Mousa. Foto: ONU Mujeres/Said Elmobasher
Madina Mousa huyó de la guerra en Siria con su familia en 2013 y ahora vive en el campamento de personas refugiadas de Kawergosk, en la región iraquí de Kurdistán. Empezó a hacer trabajo voluntario en ayuda de otras personas refugiadas y ahora es supervisora de protección de la Organización para el Empoderamiento de las Mujeres (WEO), una organización local socia de ONU Mujeres que ejecuta el programa regional, "Fortalecimiento de la resiliencia de las mujeres y niñas sirias y las comunidades de acogida en Iraq, Jordania y Turquía", financiado por la Unión Europea en el marco del Fondo fiduciario regional de la Unión Europea en respuesta a la crisis siria (Fondo Madad).
Acababa de terminar mis exámenes finales en la Facultad de Historia cuando la guerra llegó a nuestra ciudad en el norte de Siria y destruyó nuestros sueños y nuestros planes para el futuro. Mi familia y yo tuvimos que huir dejando atrás todo lo que teníamos. 
Cruzamos la frontera hacia Iraq en busca de seguridad en el campamento de personas refugiadas de Baserma, junto con otros miles de personas refugiadas. Cuando llegamos al campamento, la situación era terrible. La miseria de los desplazamientos era sobrecogedora. Yo no podía quedarme de brazos cruzados ante las dificultades; quería ayudar a mi familia y a los que me rodeaban. Tenía que hacer algo.

Comencé a buscar trabajo como voluntaria en organizaciones locales e internacionales que trabajaban con las personas refugiadas. Como perdimos nuestros documentos, no tenía prueba alguna de mi formación, y eso dificultó mi búsqueda de trabajo. Finalmente, la Organización para el Empoderamiento de las Mujeres me aceptó como voluntaria gracias a un carné de estudiante que había conservado.

Comencé a trabajar como voluntaria: éramos 180 hombres y mujeres. Recibimos capacitación sobre los distintos temas que ayudan a empoderar a las mujeres, incluido el apoyo psicológico y jurídico, así como los medios de subsistencia y las oportunidades de trabajo. Después de dos meses como voluntaria, fui seleccionada junto con otras 19 personas para trabajar como miembros del personal.

Me convertí en investigadora social y hablaba periódicamente con refugiadas en el campamento de Kawergosk. Escuchar acerca de los retos a los que se enfrentan diariamente aumentó mi determinación de ayudarles a superar los obstáculos y mejorar sus vidas. La información que me ofrecían las refugiadas guiaba nuestras operaciones para poder responder adecuadamente a sus necesidades más urgentes.

Tres meses más tarde, me convertí en profesora de empoderamiento de las mujeres y hablaba con las y los residentes del campamento sobre el modo en que puede empoderarse a las mujeres para afrontar mejor el desplazamiento a través de formación y oportunidades de trabajo, así como ayuda psicológica y jurídica. Después me hice formadora de personal de formación sobre el empoderamiento de las mujeres y la violencia de género en los campamentos de personas refugiadas de Kawergosk y Baserma y en la región iraquí de Kurdistán. Gestioné varios proyectos, desde cursos de costura hasta defensoría contra la violencia basada en el género.

Hoy soy supervisora de protección y centro la atención en la violencia basada de género, el matrimonio precoz y la protección de la infancia. Mi equipo y yo estamos siempre presentes en los campamentos, y en constante comunicación con las y los residentes y los directores. Uno de los principales problemas de protección que enfrentan las niñas en el campamento es el matrimonio precoz. Por razones económicas y de seguridad, muchas familias deciden casar a sus hijas a edad temprana. Nuestros especialistas trabajan arduamente para informar a las y los residentes de los campamentos sobre los negativos efectos médicos, jurídicos y psicológicos de los matrimonios precoces para las niñas y sus familias. 

Como queremos que nuestro trabajo se centre en las necesidades de las personas refugiadas y desplazadas, hemos creado un buzón de sugerencias; así, por ejemplo, a partir de las sugerencias que recibimos, iniciamos una campaña dirigida a hombres y mujeres para combatir la violencia contra las mujeres. Hemos cambiado la forma en que ofrecemos capacitación para adaptarla mejor al contexto y las necesidades de las personas.

Ofrecemos cursos de capacitación que parten de lo que las propias mujeres han manifestado que necesitan. Una siria me dijo que siempre había soñado con ser modista. La ayudamos a recibir capacitación y comprar una máquina de coser, y hoy es modista.

Poder acceder a formación y empleo ayuda a las mujeres refugiadas a encarar muchos de los desafíos que enfrentan y a mejorar su situación en el seno de sus familias y de sus comunidades en su conjunto. Ahora algunos refugiados varones vienen a pedirnos más cursos como los de sus parientes femeninas. Para ayudar a que más mujeres reciban nuestras formaciones y programas de medios de subsistencia, hemos creado una guardería dirigida por nuestro personal.

Hasta ahora, a través del programa Madad, nuestro centro ha ayudado a más de 1.100 mujeres con apoyo jurídico y psicológico, además de capacitación y oportunidades de trabajo. Las habilidades que las mujeres aprenden en nuestros programas son destrezas para la vida que no sólo las preparan para hacer frente a las dificultades del desplazamiento, sino también las ayudan a reconstruir sus vidas y les permitirán contribuir a sus respectivos países cuando llegue el momento de regresar."

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