Liu Ming, el médico chino del Papa que le atendió y devolvió
la salud cuando éste era arzobispo de Buenos Aires, anda preocupado. Y es para
estarlo. Pero no sólo por la inhumana agenda del pontífice, que rebasa con
mucho las fuerzas de un hombre de setenta y ocho años, sino porque Francisco,
además de su carisma sacerdotal, tiene vocación de funambulista. Sus saltos,
piruetas verbales y últimas denuncias confirman los altos riesgos que asume y
acabarían con los nervios de cualquiera.
Los mafiosos de Calabria ya han respondido a su pública
excomunión, manipulando una imagen de la Madonna –¡pobre aldeana de Nazaret!-
que hicieron reclinar ante el domicilio de un famoso capo de la Ndrangheta en
un pequeño pueblo de Reggio Calabria, escenario de una sangrienta guerra de
clanes. O el boicot a la misa en la cárcel Mamertina de 200 presos de la Mafia.
Y es que, ya se sabe, en Italia hasta el crimen organizado pretende el agua
bendita de la Iglesia. Con todo parece, ojalá, que de momento los mafiosos no
se atreverán a más, aunque solo sea por la popularidad mundial del papa
Bergoglio.
Lo que muchos ignoran es que en esta cruzada hacia fuera y
dentro de la Iglesia, los disparos más peligrosos proceden de casa. Comienzan
cuando Francisco se sienta en la sede de Pedro con una bomba de relojería
debajo: el desprestigio mundial que supone la plaga de la pederastia, una de
las razones que influyeron en la renuncia de Benedicto XVI. La reciente
petición de perdón a las víctimas de estos abusos, uno de los que más vivamente
condenó, con “piedra de molino”, Jesús Nazaret, se une a varias destituciones y
medidas contra los pecados de omisión, aunque queda mucho por andar.
¿Y qué decir de los “cuervos” de la corrupción, de los
prelados adinerados, de los lobbies homosexuales, de las presiones de la
caverna? Desde siempre un papa fue un solitario en su jaula de oro de los
palacios vaticanos. Pese a que ahora vive con más gente en Santa Marta, el papa
Francisco ha de sufrir seguramente en silencio y soledad el acoso de sus
enemigos. Quizás los peores sean los más fieles, los rigoristas y
ultraconservadores de dentro. Me consta que muchos de estos, que aún se
confiesan con frecuencia, declaran ante la rejilla: “Padre, me acuso de
criticar al Papa”. Paradójicamente, a pesar de leer y releer el Evangelio, no
aceptan la misericordia del buen pastor en busca de la oveja pedida y los más
alejados. Porque, como hacía decir el genial Mingote a dos beatas a la puerta
de la iglesia: “Convéncete, hija, lo que se dice al cielo, iremos los de siempre”.
Eso, a pesar de que el papa argentino, ejerce de
equilibrista también entre las “dos Iglesias” con las que le ha tocado vivir,
repartiendo canonizaciones a los dos bandos –pues la santidad no es ni de
izquierdas ni de derechas- y andando con pies de plomo, por ejemplo en temas de
moral familiar. Los “Lineamenta” o documento preparatorio del Sínodo es el que
más materia incluye de los que he conocido en largos años de informador y el
único fruto de consulta con la base. Pero, ante el escándalo de algunos, ya ha
anunciado que este sínodo es tan importante, que lo va a dividir en dos
sesiones.
Algo reporta confianza en tal comportamiento. Y es que en mi
opinión, Bergoglio ha experimentado una profunda vivencia interior. Los
orientales lo llaman “iluminación”, los occidentales “ilustración”. Como
Ignacio de Loyola, en su visión del Cardoner, ha visto claro. Basta comparar
las fotos del cardenal bonaerense, casi siempre serio y preocupado, y las del
actual Papa, revestido de un gozo, una valentía e inteligente prudencia que
rompeN moldes.
Francisco puede estar cansado, porque si no, a su edad, no
sería un ser humano. Pero su espíritu es libre. Por dentro no teme a nadie, ni
a las metralletas de los mafiosos, ni a los manejos de los corruptos, ni los
inmovilismos de los “católicos de toda la vida”. No quiere cristales antibalas
en su papamóvil, ni parapetarse en el prestigio del lujo o del protocolo.
Muestra aquello de Pablo de que el espíritu está por encima de la ley. Sus
únicas armas son una autenticidad espontánea y creíble y una alineación con los
más pobres y pequeños de este mundo. A partir de ahí, puede pasarle cualquier
cosa. No parece importarle. Se diría que vive el ahora como fuera del tiempo.
Quizás como quien no quiere nada para sí y ya lo tiene todo. (Por Pedro Miguel
Lamet /Publicado en el diario EL MUNDO)
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