Brasil.- “¿Y qué dice
el árbitro? ¡Señala penal! ¡Señala! ¡Penal!” En Alemania todavía se recuerdan
las palabras que el comentarista de televisión Gerd Rubenbauer exclamó en el
minuto 85 de la final de la Copa Mundial de la FIFA 1990 y que desataron el
delirio de todo un país. Curiosamente, aquel partido se disputó en Roma un 8 de
julio, exactamente 24 años antes del histórico 7-1 que la selección germana
infligió a Brasil en las semifinales de la cita mundialista de 2014.
Rudi Voeller cayó en el área argentina y el árbitro mexicano
Edgardo Codesal Méndez señaló el punto fatídico pese a las airadas protestas de
los jugadores albicelestes.
“Enseguida vi claro que debía tirarlo yo. Teníamos siempre a
tres posibles tiradores predefinidos. Aquel día, uno de ellos era Rudi Voeller,
pero el penal se lo habían hecho a él y preferíamos que el jugador que recibe
la infracción no sea quien la ejecute. Después estaba Lothar Mattheaus, pero no
se sentía del todo bien. Para nosotros era importante que quien asumiese la
responsabilidad tuviese el máximo de confianza para transformar el penal, así
que lo tiré yo”, recuerda Andreas Brehme. “Voeller se me acercó y me dijo:
‘Venga, márcalo y somos campeones del mundo’. ‘Hombre, gracias’, le respondí.
‘Como si no tuviera suficiente presión ya...’”, ríe.
Un recuerdo que todavía duele
Brehme hizo exactamente lo que Voeller le había pedido. A
las 21:40 de aquella noche, el tiempo se paró durante un instante cuando el
centrocampista alemán se dispuso a chutar. Bajo los palos estaba Sergio
Goycochea, un portero con una más que justificada reputación de parapenales que
había resultado clave para llevar a una pragmática selección argentina hasta la
final con sus grandes actuaciones en octavos de final ante Brasil y en las
tandas de penales de cuartos frente a Yugoslavia y de semifinales contra
Italia.
Brehme tomó carrerilla, chutó y marcó. En el puesto de
comentarista, Rubenbauer celebró el tanto con un grito que duró cuatro
segundos. El balón entró pegado al poste derecho de la portería de Goycochea,
que se lanzó hacia el lado adecuado pero no alcanzó a detener el esférico.
“Lo que vino después fue indescriptible. Creo que todo el
mundo ha visto las imágenes de la celebración. En aquel instante supimos que
íbamos a ser campeones del mundo y de repente me encontré con seis u ocho
compañeros encima de mí, aunque está claro que en un momento así no te das
cuenta de nada”, recuerda el autor de aquel gol que valió un título
mundialista.
Aquella fue la primera, y hasta la fecha única, final de una
Copa Mundial de la FIFA que se decidió gracias a un penal. Lógicamente, a pesar
de los años que han pasado desde entonces, aquel lanzamiento se recuerda de una
forma totalmente diferente en el bando argentino. “Todavía hoy me duele hablar
de aquello. No parar aquel penal fue peor para mí que los cinco goles que me
marcó Colombia en la fase de clasificación mundialista de 1993”, asegura
Goycochea a FIFA.com.
Pocos minutos después, el árbitro señaló el final del
partido y Roma volvió a tener un emperador por primera vez desde el año 476
d.c. Mejor dicho, un Káiser, que es como se dice emperador en alemán. Franz
Beckenbauer, el seleccionador de aquel equipo campeón, se convirtió así en el
segundo hombre –después del brasileño Mario Zagallo– que ha ganado la Copa
Mundial de la FIFA como jugador (en 1974) y como técnico (en 1990).
El nacimiento de un mito
Tras el encuentro se vivió una escena inolvidable. Con la
medalla de campeón al cuello y las manos en los bolsillos, Beckenbauer se puso
a caminar solo por el césped, sumido en sus pensamientos, ante la mirada de los
millones de personas, los que estaban en las gradas del Estadio Olímpico y
quienes lo seguían por televisión. Beckenbauer cavilaba bajo un cielo presidido
por una resplandeciente luna llena y atravesado por un avión emprendiendo su
viaje.
Después de aquello, en Alemania se bautizó a Beckenbauer con
el apodo de "Lichtgestalt", algo así como faro resplandeciente,
quizás como consecuencia de aquella escena del Estadio Olímpico de Roma. ¿En
qué pensaba en aquellos momentos tan especiales? Dos años después, el propio
Beckenbauer escribió en su autobiografía que fue entonces cuando se despidió
del fútbol. “Fue un adiós sin retorno. La llama se ha extinguido, ya no me
queda pasión”, explicó.
Aquella fue la primera vez en la historia que los mismos
equipos disputaron dos finales mundialistas de forma consecutiva, y Alemania se
tomó la revancha por la derrota de 1986. El triunfo resultó muy especial para
la selección germana, puesto que en noviembre del año anterior se había
producido la caída del Muro de Berlín. La Alemania reunificada coronaba así el
año del cambio con el título mundialista y recuperaba el recuerdo de 1954. Tras
perder las finales de España 1982 y México 1986, la selección alemana era
campeona del mundo de nuevo.
Hasta el minuto 85, el partido había sido emocionante y muy
igualado. argentina no pudo contar por sanción con cuatro jugadores, entre
ellos Claudio Caniggia, que hizo el Mundial de su vida en Italia: el ariete
argentino fue el autor del gol que eliminó a Brasil en octavos de final y, en
semifinales contra Italia, marcó el tanto que significó al empate en un partido
que acabó decidiéndose en la tanda de penales. Sin embargo, Caniggia vio la
tarjeta amarilla por tocar el balón con la mano en el choque frente a la
selección anfitriona y se perdió la final por acumulación de amonestaciones.
“Aquella fue una de las grandes frustraciones de mi carrera, junto con el hecho
de no haber ganado un Mundial”, declaró en su día el delantero.
Un alemán llamado Diego
En la final, los argentinos Pedro Monzón y Gustavo Dezotti
vieron la tarjeta roja, el primero en el minuto 65 y el segundo en el 87. En un
duelo jugado a cara de perro, la Albiceleste apenas llevó peligro a la portería
alemana, en parte porque Diego Armando Maradona no estuvo al nivel que había
mostrado cuatro años antes en México 1986. Durante la práctica totalidad de los
noventa minutos, Guido Buchwald supo mantener a raya al astro argentino, que no
pudo contener las lágrimas al término del encuentro.
“Le había prometido a mi hija Dalma que volvería a casa con
el trofeo de campeón del mundo”, aseguró Maradona, que tras el pitido final se
sentó abatido en el centro del campo mientras la afición alemana celebraba la
victoria en las gradas. “A cada minuto que pasaba se le veía más resignado. Era
como si dijese: ¡¿Pero cómo, tú otra vez?!”, recuerda Buchwald, que vivió en
Roma el día más grande de su carrera y que en Alemania recibiría posteriormente
el apodo de Diego.
Aquella fue sin duda una noche mágica, que supuso el fin de
una era y que tuvo en Alemania a un digno campeón. En los televisores alemanes,
la narración de Rubenbauer terminó con las siguientes palabras: “El Káiser ha
sido coronado, Alemania es campeona del mundo y nosotros nos lo hemos pasado en
grande, señoras y señores”. (Fifa.com)
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