- Gonzalo Celorio, René Avilés Fabila y Juan Domingo Argüelles hablan de su legado: una indagación sobre la historia y la identidad
México, DF.- La amplia obra de Carlos Fuentes (Panamá, 11 de
noviembre, 1928 – Ciudad de México, 15 de mayo, 2012), que incluye novela,
ensayo, cuento, teatro y guión cinematográfico, escrita a partir de nuevas
formas literarias que le dieron connotación universal, lo ha convertido en una
de las principales figuras de las letras no sólo mexicanas sino
hispanoamericanas.
A tres años de su fallecimiento, escritores y amigos como
Gonzalo Celorio, René Avilés Fabila y Juan Domingo Argüelles, recuerdan a
Carlos Fuentes como un escritor universal, cuyo nombre es de vital importancia
para las letras mexicanas, al lado de figuras como Alfonso Reyes y el Premio
Nobel de Literatura, Octavio Paz, ya que hasta se puede hablar de un antes y un
después de Carlos Fuentes.
Gonzalo Celorio advirtió que los libros de Carlos Fuentes
son fundamentales “porque han abierto puertas, porque han hecho innovaciones
significativas, porque han roto con una tradición y abierto otra tradición
literaria, y yo creo que en el caso de Carlos Fuentes su obra es importante
para la literatura pero también es muy importante para la historia de la
literatura, creo que de cualquier obra escrita en Hispanoamérica podemos saber
a ciencia cierta si fue escrita antes o después de Carlos Fuentes”.
Por su parte, René Avilés Fabila aseguró que el legado
literario e intelectual de Carlos Fuentes, así como su compromiso político, han
aumentado con el paso del tiempo. “No cabe duda de que es un escritor no sólo
importante para México sino para todo el mundo, es un escritor que de pronto
uno encuentra libros suyos en países tan remotos como Finlandia o Rusia, no se
diga en España, Francia o Estados Unidos.
“Estoy totalmente convencido de que es uno de los escritores
más importantes que ha dado el país, no lo hago competir con Paz porque son
distintos, uno era poeta y ensayista y tuvo el Premio Nobel, Fuentes fue un
prosista extraordinario, un ensayista también y un periodista que dejó
testimonios eficaces que todavía pueden ser muy válidos de grandes acontecimientos
internacionales y empiezo citando el del 68, del que supimos en México por un
reportaje suyo, que publicó editorial Era”.
El también escritor y crítico literario, Juan Domingo
Argüelles señaló que Carlos Fuentes no sólo es una de las figuras principales
de las letras mexicanas e hispanoamericanas, sino un hombre de letras en todo
el sentido, “no nada más un novelista o cuentista, no nada más alguien que
incursionó en el teatro y por supuesto en el ensayo, sino también alguien que
tenía una visión política, una visión social del mundo”.
Por ello, dijo, es uno de los pocos escritores al que se
puede definir como un intelectual. “Me refiero a que su ejercicio del
pensamiento, su ejercicio de la reflexión sobre el mundo era bastante sólido y
además tenía una repercusión importante, que es el mismo caso que tenemos con
Octavio Paz, un gran poeta que a la vez era un gran analista de la realidad, yo
diría incluso que en el caso de Carlos Fuentes la parte que a final de cuentas
se impuso, por encima de su propia obra narrativa, es esa parte intelectual,
esa parte de análisis”.
Nacido el 11 de noviembre de 1928 en Panamá, por el
ejercicio de la profesión diplomática de su padre, Carlos Fuentes tuvo una
infancia cosmopolita, en ciudades como Quito, Montevideo, Río de Janeiro,
Washington, Santiago y Buenos Aires. Sin embargo, fue en México donde estudió
derecho en la Universidad Nacional Autónoma de México, para luego hacer un
doctorado en el Instituto de Estudios Internacionales de Ginebra, Suiza.
Su narrativa se situó del lado más experimental, con el uso
de recursos vanguardistas como son la pluralidad de puntos de vista, la
fragmentación cronológica, la elipsis y el monólogo interior, en un estilo
audaz y novedoso que exhibe un perfecto dominio de la más refinada prosa
literaria.
Fue a los 26 años, cuando se dio a conocer como escritor con
el volumen de cuentos Los días enmascarados (1954), en el que ya se advertían
sus preocupaciones: la exploración del pasado prehispánico y de los sutiles
límites entre realidad y ficción.
Siguieron obras como La región más transparente (1958), que
significó un cambio de orientación en la novela que en México en aquel entonces
era realista y rural y La muerte de Artemio Cruz (1962), brillante prospección
de la vida de un antiguo revolucionario y luego
poderoso prohombre en su agonía.
En lo temático, la narrativa de Carlos Fuentes es
fundamentalmente una indagación sobre la historia y la identidad mexicana, que
lo llevó a sumergirse en el inconsciente personal y colectivo, así como a
retroceder en la historia, al intrincado mundo del mestizaje cultural iniciado
con la Conquista española.
Al igual que Octavio Paz, esta búsqueda fue una de las
preocupaciones de Fuentes, a cuya reflexión dedicó obras como Terra Nostra,
Cristóbal Nonato y El espejo enterrado.
Pero el caso de Fuentes es especial, consideró René Avilés
Fabila “porque no solamente está preocupado por el perfil del hombre, del
mexicano. Fuentes es un hombre que vive años en el extranjero, que nace incluso
en Panamá, que era políglota, que tenía relaciones con escritores de
prácticamente todos los países, que daba conferencias. Lo que sí indudablemente
es obvio, es que él trabajó pensando en el mundo hispanohablante, fue un
crítico severo de estos deseos imperiales de los Estados Unidos, de tal manera
que yo vería el papel de Carlos Fuentes como un estudioso, como un pensador
preocupado por lo que ocurría en nuestros países”.
En este sentido, Juan Domingo Argüelles recordó que la
cuestión de la identidad mexicana para Fuentes, igual que para Octavio Paz,
“tenía un vínculo muy claro no nada más con lo español, sino con los
prehispánico y desde sus primeros cuentos, Carlos Fuentes se refiere a eso
precisamente, esos primeros cuentos que él publicó, Los días enmascarados donde
está el famoso Chac Mool y otros cuentos, algunos relacionados con la vida
prehispánica y otros con la vida colonial, como Aura que tienen que ver con ese
pasado”.
Las aportaciones realizadas en este sentido por Fuentes han
hecho que la literatura mexicana ya no tenga esa preocupación, pues como señaló
Gonzalo Celorio “después de Carlos Fuentes ya no tenemos ninguna necesidad de
presentar un pasaporte identitario para tener una resonancia más allá de
nuestras fronteras. Si la búsqueda de la identidad nacional fue el propósito de
la literatura desde los tiempos inmediatamente posteriores a la Revolución de
Independencia a principios del siglo XIX, podemos decir que ese problema ya lo
hemos superado gracias a escritores que se dedicaron justamente a crear ese
perfil y esa identidad nacional”.
Gracias a eso, añadió, ahora “podemos tener un mayor acceso
a la universalidad que también fue inaugurado de alguna manera por escritores
como Octavio Paz, como antes Alfonso Reyes, como Carlos Fuentes, yo creo que
esto es muy importante. A nuestros escritores contemporáneos no les interesa ya
tanto hablar de la mexicanidad, porque se problema ya lo tenemos resuelto en
muy alta medida gracias a una obra identitaria y mexicana de resonancia
universal, como fue la de Carlos Fuentes”.
Precursor del boom latinoamericano
Junto con el peruano nacionalizado español Mario Vargas
Llosa, el argentino Julio Cortázar y el colombiano Gabriel García Márquez,
Carlos Fuentes fue parte del movimiento conocido boom latinoamericano, al cual
el autor mexicano llamó La nueva novela hispanoamericana.
Aunque se dice que fue La ciudad y los perros de Vargas
Llosa en 1962 la que inauguró ese movimiento, Gonzalo Celorio aseguró que La
región más transparente de 1958 fue obra precursora de dicha corriente, pues
“yo siempre he dicho que si no hubiera sido por La región más transparente,
quizá la obra de Vargas Llosa se llamaría solamente Los perros, porque la
literatura urbana encuentra realmente en Carlos Fuentes su expresión más
totalizadora”.
Si bien, refirió, la Ciudad de México ha estado presente en
la literatura desde la época prehispánica, pasando por la Colonia y el México
independiente, en “La región más transparente es la primera vez que la ciudad
se vuelve el personaje protagónico de una novela con todas sus voces diferentes
y con toda su polifonía, por otra parte es la última novela de la ciudad,
porque después de La región más transparente, la ciudad de México, que es una
ciudad de ciudades y que ha crecido tan desmesuradamente, no cabe ya en ninguna
novela”.
Por ello, advirtió el también escritor, “me parece que esta
novela es la que hay que considerar como la inaugural de la nueva novela
hispanoamericana, del boom, que después se ve seguido por La muerte de Artemio
Cruz del propio Carlos Fuentes en 1962, año en que también se publica La ciudad
y los perros y después por Rayuela de Cortázar en el 63 y después esto culmina
en el 67 con la aparición de Cien años de soledad”.
Por su parte, Juan Domingo Argüelles recordó que la obra
narrativa de Carlos Fuentes puede ser dividida en dos épocas, la primera
integrada por libros como La región más transparente, Las buenas conciencias,
La muerte de Artemio Cruz, Cambio de piel, Aura y Gringo Viejo.
Mientras que en una segunda fase, el peso intelectual y su
preocupación sobre la historia del país, lo llevaron a escribir ciertos libros
que, a decir del crítico literario, ya no tenían la misma fuerza y originalidad
narrativa de los primeros, entre ellos Constanza y otras novelas para vírgenes,
Los años con Laura Díaz, La silla del águila, Adán en Edén y Federico en su
balcón.
Sin embargo, advirtió que se trata de “un gran escritor que
deja una huella muy profunda en la vida de México y que además en el ámbito
hispanoamericano tiene un enorme peso significativo tanto por su narrativa como
por su obra intelectual, pero sí creo que esa primera parte de él, cuando
estaba el boom, donde él está publicando, esas obras son las que le dan más
sentido a su literatura”, ya que simplemente revelan a un escritor
extraordinario para su época.
Además, se trata de un escritor muy vasto, pues fue un autor
“de los que más se han ocupado no sólo de México como país, sino de la Ciudad
de México dentro de la historia, escribe cosas en la parte ensayística como La
geografía de la novela y La novela latinoamericana o Cervantes o la crítica de
la lectura, escribe un libro El espejo enterrado que tiene que ver con
cuestiones históricas y sociales, me parece que Carlos fuentes exploró todo lo
que quiso”.
Para René Avilés se trata de uno de los mejores novelistas
de nuestro país pues, dijo, una vez que asimiló influencias de otros autores,
pudo volar con sus propias alas “y llegó a dominar el idioma realmente con una
enorme fluidez, a crear y recrear el español que habló, yo creo que sin duda,
es un juicio muy personal, después de La sombra del caudillo de Martín Luis
Guzmán, el mejor novelista es él”.
Carlos Fuentes recibió múltiples reconocimientos como los
premios Rómulo Gallegos en 1977, Cervantes en 1987, Príncipe de Asturias de las
Letras en 1994, la Condecoración de Gran Oficial de la Orden de la Legión de
Honor de Francia en 2003 y en 2009 la Gran Cruz de la Orden de Isabel La
Católica.
Fue miembro honorario de la Academia Mexicana de la Lengua,
así como de El Colegio Nacional, embajador de México en Francia y obtuvo el
doctoradoHonoris Causa por varias
universidades entre ellas Harvard, Cambridge y la UNAM.
Gonzalo Celorio, quien fue amigo cercano de Carlos Fuentes,
lo recuerda como un hombre de gran vitalidad. “Parecía que tuviera 20 años
menos que nosotros, que teníamos 20 años menos que él, porque tenía una gran
actividad, una gran disciplina, una gran energía, había que verlo cómo se comía
una docena de ostras o cómo se trepaba a un pódium o cómo daba, con una gran
capacidad histriónica una conferencia en español, en inglés o en francés. La
verdad es que tenía una gran vitalidad y una capacidad de trabajo
verdaderamente admirabilísima, porque su obra es muy fecunda y su fecundidad
llega a ser un tanto humillante, es muy difícil igualarlo”.
Además, apuntó, fue un hombre de vocación universal y de
preocupaciones casi renacentistas, pues según Gonzalo Celorio, “nada humano le
era ajeno a Carlos Fuentes, un hombre muy conocedor de la literatura pero
también de la historia, de la política, de la economía, de la música, de la
ópera particularmente, de la pintura, de las artes plásticas, de la
arqueología, de manera tal que fue un hombre realmente universal”.
En este sentido, destacó la obra Terra Nostra que es la más
ambiciosa de Fuentes, “es una gran construcción verbal que yo siempre equiparo
a novelas como Paradiso de José Lezama Lima o como El gran sertón de Guimarães
Rosa en la literatura brasileña, estas obras monumentales, que en este caso
además tiene una dimensión paródica e histórica porque recupera la historia
desde la Conquista hasta nuestros días, es realmente una obra monumental, pero
después en sus ensayos en El espejo enterrado, Tiempo mexicano, nos da una idea
muy clara de lo que es la mexicanidad en una recuperación moderna, actual,
palpitante, de nuestra propia historia”.
A tres años de su fallecimiento, dijo, se le extraña
muchísimo pues “hay una especie de gran orfandad, es muy difícil tener rumbo
sin esta voz tan luminosa, tan crítica, tan creativa y tan universal porque la
verdad yo creo que pocos escritores, quizás se cuentan con los dedos de una
mano y nos sobran dos dedos, han tenido esta dimensión universal en México,
pienso en Alfonso Reyes, en Octavio Paz y en Carlos Fuentes”.
En este sentido, René Avilés Fabila advirtió que no sólo se
le extraña, pues ni siquiera hay un sustituto, “por más que de pronto quieran
señalarnos a un autor, a un novelista, a una poeta, no hay un equivalente a
Carlos Fuentes en estos momentos, difícilmente aparecerá alguien que pueda
suplir el lugar que ha dejado”.
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