- Inicio del proceso de excavación del canal norte, altar central. Foto Proyecto Estructura A, Plaza de la Luna, Teotihuacán, INAH.
- Frente a la Pirámide de la Luna, en la llamada Estructura A, arqueólogos han registrado fosas en cuyo interior se hallan estelas lisas de piedra verde
“Nos encontramos frente a un nuevo ombligo de la ciudad,
frente a un nuevo centro cósmico”, informó la doctora Verónica Ortega Cabrera,
directora del proyecto de investigación que busca indagar en el corazón de la
Plaza de la Luna, un sector de suma importancia dentro de la antigua metrópoli,
en el que desemboca, al norte, la Calzada de los Muertos, el gran eje del
espacio sagrado de la gran ciudad del Altiplano Central.
Las excavaciones se han enfocado frente al Edificio Adosado
de la Pirámide de la Luna, en la llamada
Estructura A, un patio cerrado de 25 m por lado y con 10 pequeños altares
dentro de él. Las tareas intentan indagar en lo que yace en el subsuelo de esta
edificación, en busca de los orígenes del espacio ritual de la Plaza de la
Luna, y que debió ser muy distinto a lo que ahora ve el visitante.
A partir de pozos de sondeo realizados en la Estructura A y
en la parte central de la Plaza de la Luna, más los resultados de estudios del
subsuelo obtenidos con base en el uso de radar de penetración terrestre, los
arqueólogos han comenzado a reconocer una serie de alteraciones hechas por los
teotihuacanos, que daba a esta área una
imagen muy distinta a la que hoy se observa: la de una plaza delimitada por 13
basamentos y la Pirámide de la Luna, arquitectura que fue levantada en las
fases finales de Teotihuacan (350-550 d.C.).
“La Plaza de la Luna no era como la vemos actualmente.
Estaba llena de hoyos, canales, estelas, los edificios quedaban mucho más
retirados, y la Pirámide de la Luna era de menores dimensiones.
“El tepetate que conforma la superficie de la Plaza de la
Luna fue modificado”. Semejante a la
cara de un queso gruyer —continuó Verónica Ortega—, “se han identificado más de
400 oquedades usadas a lo largo de cinco siglos, pequeños hoyos de 20-25
centímetros de diámetro y cuyas profundidades oscilan los 30 centímetros; éstos
se hallan en toda la extensión de la plaza, aunque se concentran más en ciertas
áreas. En muchos de ellos había piedras de río, traídas de otro lugar”.
El proyecto de investigación coordinado por Verónica Ortega
comenzó en 2015 con cinco meses de trabajo, y este año se retomaron a inicios
de abril y concluirán a fines de julio próximo. El hallazgo de las primeras
fosas en el subsuelo de la Estructura A (que contiene varias divisiones
internas, formando cinco partes) se suscitó con la excavación de pozos de
sondeo para identificar la secuencia
constructiva de esta sección de la plaza.
“Años atrás el arqueólogo Otto Schöndube dijo que la
Estructura A tenía una planta que semejaba a un “quincunce” o “cruz
teotihuacana”, que está asociada a un orden cosmológico, pero no había más
elementos para entender esto. Cuando hallamos estas fosas y las estelas de
piedra verde empezamos a generar la idea de que, efectivamente, fue un espacio
con una carga simbólica que une la parte subterránea, el inframundo, con el
plano celeste”, detalló.
Hasta el momento —dado que es posible que en futuras
excavaciones se encuentren más—, se han ubicado cinco estelas completas dentro
de fosas, un par de ellas juntas. Las alturas y pesos de las estelas varían de
1.25 a 1.50 m, y de los 500 a los 800 kilos. A la espera de los análisis que el
doctor Emiliano Melgar efectúa en el Taller de Arqueología Experimental en
Lapidaria del Museo del Templo Mayor, es posible que la piedra con que fueron
hechas provenga de la región de Puebla, al igual que otra decena de estelas
halladas en Teotihuacan.
Las estelas se posan en espacios de 60 cm y los 3.50 y 4 m
de profundidad. De acuerdo con Verónica Ortega, las fosas dentro de las que
están debieron ser excavadas desde las primeras etapas de la ciudad, alrededor
del año 100 d.C., justo en el momento en el que se edificaba la Pirámide del
Sol, y cuando se levantaba la primera etapa constructiva de la Pirámide de la
Luna.
Este sistema de fosas debió perdurar al menos 500 años,
porque hay evidencias (rellenos de material cerámico) de que, alternativamente,
fueron abiertas y selladas. También es
probable que las estelas dispuestas en su interior, originalmente estuvieran en
alguno de los templos que coronaban los basamentos de la plaza, “y que en un
momento dado, los teotihuacanos decidieron darles un espacio final. Las estelas
eran usadas para sacralizar el espacio o legitimar el poder asignado a las
deidades”.
Verónica Ortega, subdirectora de la Zona Arqueológica de
Teotihuacan, adelantó una hipótesis: “Aunque tenemos un contexto aún por
comprender en su totalidad, éste nos habla de la importancia de la piedra verde
y de su vinculación con las deidades acuáticas, aquí (la Plaza de la Luna) se
han encontrado las esculturas más grandes de la diosa de la fertilidad Chalchiuhtlicue,
y es probable que el culto en este lugar estuviera íntimamente relacionado con
ella”.
El equipo del INAH tuvo la oportunidad de ampliar las
excavaciones hacia el centro de la Plaza de la Luna, y se percató de que toda
la superficie tiene modificaciones, previas al piso final. “Hay una gran
cantidad de oquedades, es probable que como parte de un programa simbólico,
ceremonial, ritual, la gente llegara a este espacio abierto y depositara cantos
de río en estas horadaciones, tal vez en una idea de propiciar la fertilidad”.
Otro hallazgo relevante fue la ubicación, a escasos 10 cm de
profundidad, de dos canales asociados al altar central de la Plaza de la Luna.
Verónica Ortega anotó que estos conductos tenían igualmente una función
simbólica y no como desagüe. Ambos parten —respectivamente— de las escalinatas
norte y sur del altar, hacia esos puntos cardinales, y alcanzan una longitud de
25 metros, abarcan entre 1.50 y 2 m de ancho, y tienen una profundidad de hasta
3 m.
Salvo las excavaciones hechas en la Pirámide de la Luna y en
el Conjunto del Quetzalpapálotl, éstas son las únicas exploraciones realizadas
en la Plaza de la Luna, porque los trabajos encabezados por el arqueólogo
Ponciano Salazar, en los años 60, estuvieron abocados a la liberación y restauración
de los edificios de este espacio.
“Por primera vez se sabe que el espacio abierto no
necesariamente está vacío de evidencia arqueológica. En general, los espacios
públicos de Teotihuacan; La Ciudadela y las plazas de las pirámides del Sol y
la de la Luna, tuvieron un simbolismo más allá del que vemos al final como un
programa arquitectónico, urbanístico. Tal vez para sacralizar esos espacios
hicieron este tipo de modificaciones. En verdad hay todo un inframundo por
conocer”.
Arqueólogos, arquitectos, restauradores, diseñadores
industriales, forman parte del Proyecto Estructura A, Plaza de la Luna, cuyo
objetivo primordial es contar en un mediano plazo con un mapa completo de toda
esta zona y con fechamientos precisos de su secuencia ocupacional, lo que
incluye estudios de arqueomagnetismo con la colaboración de expertos del
Instituto de Física de la UNAM.
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