- La variedad de expresiones entre los pueblos originarios da riqueza a la festividad
- El Museo Nacional de Culturas Populares exhibirá hasta el 7 de noviembre una ofrenda típica de Cuanajo, Michoacán
México, DF.- Si existe una festividad y representación
cultural que defina a México es la celebración del Día de Muertos. Todo el país
prácticamente se apresta a la celebración con las diversas variantes e
interpretaciones de acuerdo con las comunidades, y es justamente esa variedad
lo que la enriquece.
Para Amparo Rincón
Pérez, jefa de colección del Museo Nacional de las Culturas Populares, la
práctica de disfrazarse, usar máscaras o pintura en la cara y el cuerpo, tiene
reminiscencias prehispánicas.
“En el Xantolo se hace una fiesta de recibimiento a los
muertos y para espantar a la muerte para que no se los lleve la gente sale a
bailar, se disfraza y usa ropa roída. Incluso en las comunidades afromestizas
está la tradición del Descarnado o El Viejo, donde usan máscaras para
espantar”.
La fecha actual del inicio del Xantolo en la región
huasteca, en la que participan desde tiempos ancestrales las comunidades
nahuas, teenek, otomíes y tepehuas, es el 29 de octubre, día en que ya se han
recogido las primeras cosechas de elotes y se celebra a San Miguel Arcángel.
Si bien la antropóloga considera que los medios de
comunicación han influido en los adultos para comercializar todo tipo de trajes
y máscaras, asegura que el Día de Muertos se vive de manera distinta y con un
sentido simbólico que no hay que perder de vista entre las comunidades
agrícolas y, sobre todo, en los pueblos originarios.
Es el caso de Cuanajo, Michoacán, localidad ubicada a cuatro
kilómetros de Pátzcuaro, donde se coloca una ofrenda distinta a las que se
observan en otras regiones del estado.
Aquí la ofrenda está en unos caballitos de madera, porque a
Cuanajo se le conoce por ser un pueblo maderero. Se hace una ofrenda central en
la casa para el muerto del año y dependiendo del cariño de los familiares y
quienes lo recuerdan se le lleva un caballo al que se le colocan mazorcas,
calabazas, chayotes o tejocotes, comentó Amparo Rincón Pérez.
Quien lo recibe está obligado a ofrecer atole y tamales, a
manera de un sistema de intercambio. Desde el día 28 ya debe haber ofrenda con
comida guisada y hasta el 31 de octubre se reciben caballitos que luego son
trasladados al panteón.
El 31 de octubre es para “los angelitos” (niños o personas
que murieron solteros hasta los 25 años) y el 1 de noviembre para los adultos,
mientras que el día 2 se despide a las ánimas con una fiesta en la que hay
comida y cohetes.
Ofrenda en el Museo Nacional de Culturas Populares
Para conocer parte de esta tradición, el Museo Nacional de
Culturas Populares exhibirá hasta el 7 de noviembre una ofrenda típica de
Cuanajo y una ofrenda familiar de la comunidad purépecha de la región lacustre
del lago de Pátzcuaro.
Existen diferentes ofrendas, una en el panteón sobre las
tumbas, otra en la iglesia con una tumba especial para colocarla cerca de la
imagen donde aparecen las ánimas del purgatorio o en el atrio de la iglesia.
En el caso de la
ofrenda familiar, se coloca un altar frente a la puerta de entrada de la
habitación con una troque construida a base de columnas talladas,
representativas de los oficios artesanales más importantes de la comunidad,
arcos de flores amarillas de cempasúchil llamada huatzallari.
También en el recinto
ubicado en la avenida Miguel Hidalgo, en el centro de Coyoacán, se encuentra
una ofrenda del pueblo de Santa Catarina de Minas, rico en la producción de
maguey mezcalero en la sierra de Oaxaca.
En esta región, desde
mediados de octubre, la familia se dedica a limpiar toda la casa con incienso,
después se elabora un arco de carrizo adornado con flor de cempasúchil y
guirnaldas de tejocote, níspero o nanche, que representa la entrada al Paraíso,
por lo que se coloca un pequeño símbolo que consta de una letra O y una espada
de color negro atravesada, cuyo significado es “oh, negra partida”.
Luego se monta una
mesa, donde en primer lugar se coloca la imagen de la virgen de la Soledad,
patrona de la región, junto con los alimentos y flores de cempasúchil, pata de
león y nube o flor blanca.
Una mención especial merece la huasteca veracruzana,
concretamente en Chicontepec, donde la celebración de muertos no sólo se
restringe a los primeros días de noviembre, sino que empieza desde mayo.
“Hay una orquídea que florece en este mes, se corta y se
pone una primera ofrenda sencilla en casa, que consiste en comida, bebida y
fruta, a manera de tentempié para avisar a los difuntos que se vayan
preparando”, explicó la investigadora de la Subdirección de Etnografía del
Museo Nacional de Antropología, María de Lourdes Báez Cubero.
Así lo hacen cada mes hasta que llega el gran día, llamado
Xantolo, aunque unos días antes empiezan a preparar lo necesario: comida,
bebida y les dan la bienvenida a los difuntos desde el panteón hasta la casa.
Hay música, una comitiva de la familia y un huehuetlaca (hombre viejo o sabio
de la comunidad).
El día 1 de noviembre reciben a los niños, llevan un arco
hecho con plantas de la región, ya sea bejuco, flor de cempasúchil o flor de
león, y el día 2 reciben a los adultos.
Los difuntos no se van tan pronto, conviven con los vivos
hasta el 29 de noviembre, día de San Andrés, quien es el santo encargado de
regresarlos al mundo de los muertos.
“La despedida es muy sentida, verdaderamente la gente siente
que sus seres queridos están ahí, hay lágrimas y pesar. Lo que es interesante
de todo lo que se prepara entre estos grupos nahuas es que la ofrenda se
comparte entre compadres (…) Los compadres son más importantes que los mismos
parientes, porque uno los elige a partir de sus cualidades para hacerse cargo
del ahijado, que sea una persona honorable, honesta, trabajadora; porque son el
ejemplo”.
María de Lourdes Báez Cubero es la responsable del montaje
de la ofrenda Ngo Dü. Día de Muertos en Cruz Blanca, Ixhuatlán de Madero,
Veracruz, la cual este año permanecerá hasta el 9 de noviembre en el Museo
Nacional de Antropología e Historia, del INAH.
“La ofrenda de grupos otomíes de la Huasteca no es tan
suntuosa como la de los nahuas, pero también es importante y bonita. Utilizan
para su altar los elementos que tienen en su entorno, por lo que hay plátanos,
limas, naranjas, camotes llamados “perritos”; yuca, que se prepara en conserva
con dulce y piloncillo; calabazas, dulces de leche, chocolate en atole, tamales
y mole”.
Destacan imágenes religiosas colocadas bajo un arco hecho de
otates, varas para armar la curvatura, jonote y palo de anona pepecocka,
forrado con flores de cempasúchil y terciopelo.
La presencia de las imágenes religiosas en el altar es para
sacralizar el espacio, pues sus difuntos viven con esas deidades, según sus
creencias, mientras que afuera de la casa se instala una pequeña mesa con
algunos elementos más sencillos para los difuntos que no tienen dónde llegar.
Además de la fiesta de muertos, que tiene lugar del 31 de
octubre al 2 de noviembre, en Cruz Blanca, el 18 de octubre, día de San Lucas,
se recuerda a aquellos que murieron de forma violenta.
Tradición en Yucatán
La celebración de los
fieles difuntos en Yucatán, donde el ritual de elaborar, comer e intercambiar
los mucbil –pollos- para el 2 de noviembre, se vuelve más importante que el
festejo de Navidad o Año nuevo.
Se trata de una especie de tamal grande preparado a partir
de masa de maíz, manteca de cerdo, pollo y diversos condimentos, envuelto en
hojas de plátano y cocido lentamente bajo tierra a la usanza maya.
“Me di cuenta que los altares no eran como los del centro de
México. No hay cempasúchil, ni calaveras ni pan con azúcar, al que llamamos
"de muerto”. Las flores eran de colores encendidos: virginias, terciopelo,
miramelindo, las que se dan en el campo de Yucatán.
Además, existe una clara diferencia entre altares de adultos
y altares de niños. A estos últimos se les ponía fruta sin cáscara, juguetes de
barro, panes y dulces de colores y delicadas flores de color blanco o rosado”,
afirma Carmen Morales Valderrama, de la Dirección de Etnología y Antropología
Social del INAH.
En el texto Vida de altares: dos maneras de celebrarlo, la
maestra en ciencias antropológicas explica que a los difuntos se les recibía
con rezos y cambios de alimentos a lo largo del día: chocolate y pan por la
mañana; el almuerzo con un platillo fuerte; relleno negro, por ejemplo a
mediodía; la merienda con chocolate o café, pan y algún dulce (el toox o
reparto para los asistentes al rosario).
La realidad es que en cada estado de la República Mexicana y
en cada lugar hay una tradición distinta que tiene relación con el contexto
donde se encuentran asentados y son estas particularidades lo que le dan
riqueza a una de las festividades más representativas de la cultura mexicana.
María de Lourdes Báez
Cubero coincide con la etnóloga Johanna Broda cuando afirma que existen dos
celebraciones fundamentales en el México indígena: la de la Santa Cruz y la del
Día de Muertos.
Para Amparo Rincón
Pérez la ofrenda es una ceremonia agrícola, donde todos los elementos naturales
están presentes, como un agradecimiento por las buenas cosechas.
“Había un calendario
ritual de 260 días que termina justo el día 2 de noviembre. Tiene que ver con
ese agradecimiento hacia la Tierra y ese cierre de ciclo. Se tiene la idea de
recuperar las propiedades orgánicas a través del desperdicio animal, pero
también del humano, que al enterrarse se degrada y vuelve a la Tierra”.
Desde el 7 de
noviembre de 2003 la UNESCO distinguió a la celebración del Día de Muertos como
Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad, considerando en
el documento de declaratoria que esta festividad es: "...una de las
representaciones más relevantes del patrimonio vivo de México y del mundo, y
una de las expresiones culturales más antiguas y de mayor fuerza entre los
grupos indígenas del país".
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