- “Hay demasiados incentivos incomprensibles para tener automóvil siendo éste el principal adversario de la ciudad”; el capitalino invierte hasta cinco horas en transportarse a sus actividades cotidianas
México, D F.- “El automóvil debe ser cada vez un lujo muy
costoso”, es la afirmación contundente del narrador, cronista e intelectual
mexicano Juan Villoro y ésta es sólo alguna de las reflexiones que aborda en su
libro Vértigo horizontal cuyo tema central es la ciudad de México y su
transformación del último medio siglo, y en la que, por supuesto, el uso del
automóvil y el desplazamiento en la metrópoli forman parte integrante de las
circunstancias a sortear por los protagonistas.
En entrevista para Transporte y Ciudad, la revista oficial
de la AMTM (Asociación Mexicana de Transporte y Movilidad) el también
periodista y apasionado del futbol, pero como capitalino también transeúnte,
automovilista ocasional y usuario frecuente de transporte público, Villoro
sostiene categórico: “tenemos que aceptar que el futuro de la ciudad es el
transporte público y el automóvil debe ser, cada vez más, un lujo muy costoso.
Todavía hay demasiados incentivos incomprensibles para tener automóvil siendo
éste el principal adversario de la ciudad”.
Solidario con los capitalinos en el calvario de sortear
tanto el saturado tránsito vehicular como la nomenclatura confusa y repetitiva
de la ciudad de México que la entorpece para transitarla, Villoro cuestiona:
“Es difícil entender una ciudad en donde la nomenclatura no ayuda y 269 calles
se llaman Hidalgo; un lugar en donde el taxista le dice: ‘usted me indica por
dónde y la que el desplazamiento representa un desafío a veces insorteable”.
El escritor, como un habitante y conocedor de la ciudad de
México la define como un lugar que va constriñendo la calidad de vida y por eso
es el escenario de crónicas, relatos, experiencias de una colección de
personajes dispersos entre los que los conductores de transporte público
conforman una de las más importantes fuentes de información al ser testigos de
sucesos en los lugares que recorren: “los choferes del transporte público son
recolectores natos de historias”.
De las alternativas que el escritor encuentra como solución
para evitar el estrangulamiento de la ciudad a causa de la venta y uso
indiscriminado del automóvil particular, Villoro considera que una
sincronización racional entre el Metro ya existente y los autobuses de
pasajeros conformarían la única salida que podría permitir a la ciudad de
México solventar sus problemas de movilidad causados por el abigarramiento en
el actual transporte urbano y los congestionamientos demenciales de tránsito
vehicular.
Aunque en los años 70 el Metro emergía como la solución del
transporte citadino porque ya no iba a estar en la superficie sino en el
subsuelo. El Metro se convirtió en símbolo y lugar de encuentro y poco a poco
fue rebasado por el desmesurado crecimiento de la ciudad, por su manejo
político y la opacidad en su mantenimiento y operación.
Por su parte, el Metrobús, en su ruta inaugural, la de
Insurgentes, fue un éxito total porque tuvo aciertos estratégicos como el cruce
con arterias principales, costos de construcción menores a los del Metro y
menor tiempo entre construcción e inicio de operaciones.
Sin embargo, el capitalino pronto invadió y superó la
capacida de éstos transportes administrados por el Estado y le cuesta trabajo
acostumbrarse a prescindir de espacios y privilegios en la Ciudad, como apuntó
Villoro.
Desafío contemporáneo: el desplazamiento
El desafío contemporáneo más relevante en la ciudad es el
del desplazamiento. Una de las características básicas de la ciudad de México
es que hay habitantes de la ciudad que dedican cuatro o cinco horas para llegar
a su destino.
De acuerdo con Paul Virilio, urbanista, téorico cultural,
filósofo de la velocidad y escritor francés, lo que determina a una ciudad
moderna es el dominio del espacio, pero lo que define a una ciudad posmoderna
es el dominio del tiempo: éste es el gran reto a vencer de la ciudad de México,
porque el desplazamiento obliga al citadino a encallarse en un sitio y no
poderse mover.
Las anécdotas de congestionamientos, fallas en los sistemas
de transporte colectivo e inmovilización que los habitantes de la ciudad de
México comparten son tema común y principal en redes sociales, textos y
conversaciones: “Hemos estado tratando de llegar de un sitio a otro, ya éstas
historias se han vuelto tediosas, porque si decimos que estuvimos seis horas en
el embotellamiento, la persona de a lado dirá que ocho y siempre habrá alguien
que nos desborde y supere en el horror”, explica el escritor.
“Pero al mismo tiempo, es una ciudad que vuelve a atener el
desafío del espacio en la medida que se re densifica y crece verticalmente.
Entonces surge el desafío canónico de la ciudad moderna: la jungla de concreto,
la selva de asfalto; el crecer en densidad, su “manhatanización” y, por otra
parte, tratar de desplazarse en ese sitio”.
“Aunado a ello, tenemos una ciudad que ha vivido la pérdida
de un doble horizonte: por un lado, el lago entre secado y, por otro lado, el
cielo. Los semáforos se encienden sobre un lago enterrado que permanece como
memoria y espacio implícito. Los aviones desaparecen en una brumosa nata hacia
un cielo inexistente”. Y así, Villoro refleja el azoro y la inmovilidad a que
una ciudad como la de México somete a sus habitantes.
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