Hasta siempre, Comandante

Nos enseñó que con la verdad te puedes enfrentar al más poderoso.

Hasta siempre, Comandante

Don Mario era un incansable lector. Admiré siempre su enorme biblioteca, con ejemplares raros. En muchas ocasiones, cuando salía a reportear, primero hurgaba en las tiendas de libros viejos. Ahí adquirí muchas antiguas ediciones. Él me encargaba buscar ciertos títulos. También, en más de una ocasión, se emocionó cuando le informé que un anticuario ofrecía la biblioteca de algún personaje yucateco recién fallecido. Obvio, él las compraba.

Recién había terminado como director de Noticias de Canal 13 cuando me invitó a incorporarme como jefe de información. Fueron días memorables, de grandes reportajes, junto con valiosos fotógrafos que estábamos por el compromiso con el periodismo más que la paga.

Arriesgábamos todo con tal de llevar la primicia, la exclusiva. Él desplegaba las fotografías. La hemeroteca del periódico es mudo testigo del extraordinario trabajo de Darío López Mills, Miguel Juárez, Gunilla Hallgren, Armantina García Peregrina, Socorro Chablé, José Gallegos, Marcelo Cervantes, Víctor Gijón, Carlos Ancona “Sony”, Ramón Quintal, Eloísa Güemes, Carlos de la Cruz, Eduardo Puerto, Antonio Sánchez, Marco Rodríguez, entre otros muchos.

Fue toda una época. Ahí estuvo Agustín Vega, Rafael Arenas Rosas, Faulo Sánchez, y de la vieja izquierda estaba el profesor Lorenzo Salas González. Abrió espacio a los corresponsales de los pueblos, con especial afecto hacia Romeo Frías, de Progreso, y sus páginas a los evangélicos y a los católicos. Tenía grandes editorialistas y aceptaba publicar los escritos de ciudadanos a quienes invitaba participar cuando realizaba sus reuniones en los municipios. Lustró a los periodistas y supo, con ejemplo, cumplir su palabra y proteger a sus reporteros.

En muchas de las giras presidenciales, por ejemplo, comenzaron con la ahora costumbre de poner “corralitos” para que los reporteros, lejos de la figura del Ejecutivo, imprimieran sus placas.

Así sucedió cuando llegó Ernesto Zedillo a Halachó. Todos los medios locales fueron ubicados en el ignominioso corral y un militar los pasaba de uno en uno para tomar sus gráficas. “Rapidito”, decía. Los “nacionales” se paseaban a sus anchas. Como la experimentada fotógrafa Socorro Chablé no alcanzaba a cuadrar su imagen, se salió del área de contención y corrió con sus dos cámaras (una de blanco y negro y otra de diapositivas en color), mochila en hombro, para sacar la mejor foto. Ante la mirada de Zedillo un enjambre de guardaespaldas y militares se abalanzaron sobre ella.

--¡Suéltenla!, grito el gobernador Víctor Cervera Pacheco. Es Socorrito, de Por Esto!, remató. 

La fotógrafa ya había sido tundida a golpes y codazos.

Cuando llegamos a la redacción, contamos lo ocurrido.

--A partir de hoy ninguna línea ni foto de la visita presidencial, hasta que la Presidencia pida disculpas públicamente, instruyó.

Hubo más visitas presidenciales y cumplió su palabra porque la Presidencia nunca pidió disculpas por la agresión a la fotógrafa.

Cuando don Pedro Pacheco, director de Comunicación Social, me llamó para decirme que el reportero Rafael Mis Cobá se enfermó en la gira de Cervera y que lo habían trasladado de urgencia al T1 del IMSS me pidió que lo llevara de inmediato, en un “volcho” que el acelerador se controlaba con una tabla. Así, encamarado con su vestimenta siempre de blanco, fuimos al hospital.

Valientemente se puso al frente cuando bombas molotov fueron arrojadas en los domicilios y propiedades de los reporteros Manuel Acuña y Jaime Vargas, y del propio periódico donde lanzaron granadas de fragmentación.

Siendo el jefe de información yo llegaba a las siete de la mañana y le reportaba los titulares de los otros dos periódicos. Le daba alegría saber que siempre había una exclusiva, con grandes fotografías. Me retiraba con él del periódico cuando salía el primer ejemplar y se cargaba en los’ volchitos’ para distribuirlos, primero, en los puntos más lejanos de la Península.

¿Qué cocinó Richard?, me preguntaba desde su escritorio donde o estaba escribiendo o revisando el monitor con las fotografías de las agencias o las diapositivas a color que el o la laboratorista había revelado de algún evento. Yo le recitaba el menú de la tienda en contra esquina que atendían unos campechanos.

--Se me antoja frijol con puerco- Pedíamos la ración y comía en su oficina. En la mesa redonda donde normalmente se paraba a revisar las ediciones de los periódicos capitalinos o sentaba a platicar con algún invitado. Además de su enorme biblioteca, en su oficina tenía una galería con las fotografías de sus padres, su abuelo, sus hermanos Hernán y Agustín, Benito Juárez y suyas con Fidel. Sobre la puerta de entrada la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba.

Un día me dijo que se antojaba mucho los salbutes, con una Pepsi, que hacía la señora frente al periódico.

--Sí pero también quiero unos cocotazos, dijo. Fui hasta Walmart de Paseo de Montejo a conseguir el requerido pan.

No bien se había sentado para disfrutar las viandas cuando Silvia, su secretaria, le avisó que su esposa, Doña Alicia había llegado. Estaba sentado solo en camiseta blanca sin manga dispuesto a engullir el salbut cuando entró su esposa.

--Oye Mario, eso chico no te conviene. Te traje comida, verduritas, como recomendó el médico, dijo con su tono cubano.

Hábilmente volteó hacia mi diciendo:

--Llévate tu comida a otro lado, solo me vienes a antojar. Cuando recogí los platos y salía de la dirección, alcanzó a decir: “no te olvides de tu Pepsi”.

Otro día fui a casa de mis padres, en el pueblo, y le traje una ollita de escabeche que mi madre había hecho para una primicia. Se la comió todo.

Teníamos largas pláticas. Desde las tres de la tarde que llegaba a la oficina hasta las diez u once de la noche. Me contaba sus aventuras, sus sueños, sus desvelos, sobre sus hijos, sus hermanos y sus parientes del Diario de Yucatán y su paso por ese periódico. Cuando terminábamos y salía en la puerta estaban los diagramadores de las páginas. Algunos realmente se enojaban, aunque don Mario cerraba edición hasta las tres de la mañana y en algunas ocasiones le amanecía esperando una noticia. Algunas veces me llamó a su oficina para, juntos, titular la nota de portada o contraportada.

Hacía ejercicio, con pesas, en su oficina. Ahí iba su peluquero y la masajista, cuando estaba muy tenso.

Tomaba su aspirina e invariablemente su vaso de leche que el fiel Prisciliano iba a comprar todos los días y calentaba en una estufa de resistencia. Le gustaba el pan de leche de La Mayuquita.

--Hermanito, me dijo. Ha muerto Hernán. Por favor que nadie me moleste, voy a escribir su obituario, pidió mientras lo vi derrumbado en su escritorio gimiendo de dolor.

Sí, Mario Renato era un hombre temperamental. Nos enseñó que con la verdad te puedes enfrentar al más poderoso. Sí gritaba en la redacción y sí llamaba “comemierda” al reportero que no conseguía la información que él pedía. Pero la letra con sangre entra.

Era un hombre con una vasta cultura. Le gustaba los reporteros ávidos de aprender y demostrar su valía.

Hoy a muerto el hombre de blanco, el de los kilométricos discursos de cada 21 de marzo, fecha en la que fundó “Por Esto!” en Mérida y que juntos celebrábamos en torno a una mesa con tamales, café, pan y queso de bola. 

Ha muerto “don primera comunión”, como le decía María Cristina Campos Millán.

Ha muerto un periodista.

Hoy el templo del trabajo, como llamaba a su oficina, está en silencio. Ya no habrá más esa fragancia a azahares de su agua de colonia. 

15 de abril de 2024

PD: Hoy una libélula se posó en mi ventana.

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