- Hechos de pedernal, los instrumentos estaban adornados con máscaras de madera, faldas de cascabeles de cobre, dardos de madera, cetros de obsidiana y puntas de proyectil
- Datan de hace 500 años y fueron hallados como parte de la Ofrenda 137, por arqueólogos del INAH en la Zona Arqueológica del Templo Mayor
México,
DF.- Una vasija en forma de Tláloc (dios mexica de la lluvia), centenares de
conchas y caracoles, así como 28 cuchillos de pedernal ataviados como
guerreros, que datan de hace 500 años, fueron recuperados recientemente por
arqueólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) en el
predio del Mayorazgo de Nava Chávez, en la Zona Arqueológica del Templo Mayor.
Los
materiales integran la Ofrenda 137, que especialistas del Proyecto Templo Mayor
(PTM), dirigidos por el arqueólogo Leonardo López Luján, han excavado desde
abril a la fecha para recuperarlos.
“Los
objetos arqueológicos se encontraban contenidos en una caja de sillares bajo
tres lajas de andesita, a nivel de piso de la etapa constructiva VI de Templo
Mayor (1486-1502). Al retirarlas se halló una escultura —de 21 cm de alto y
11.5 de ancho— que representa al dios Tláloc, la cual posee restos de
pigmentación azul en su superficie”, detalló Diego Matadamas Gómora, uno de los
arqueólogos involucrados en la excavación.
“Debajo de
la pieza —añadió— se encontraron cerca de 800 conchas y caracoles; además de
una figura de copal cubierta con cal que representa a una deidad de la fertilidad
hasta ahora no identificada; corales red y los restos óseos de un pez globo.
Todo ello, al ser materiales acuáticos, representaba al inframundo, uno de los
niveles del cosmos que se encontraba debajo de la tierra (de acuerdo con el
pensamiento mexica)”.
El
arqueólogo refirió que abajo de dichos materiales marinos, se localizaron los
28 cuchillos de pedernal, que quizá representaban a guerreros ataviados, según
los artefactos con que fueron decorados; 27 de ellos son de pedernal blanco y
sólo uno —hallado al centro de la caja— es de color café, todos estaban
colocados en dirección al Templo Mayor.
Diego
Matadamas aclaró que si bien algunos de los aditamentos estaban removidos por
el paso del tiempo y aspectos naturales, los cuchillos presentan máscaras de
madera, algunas en buen estado de conservación en las que aún se aprecia el
rasgo tallado de la boca; otros portan faldas de cascabeles de cobre, así como
guajes miniatura —que quizá llevaban por la parte posterior— en representación
de aquellos utilizados por los sacerdotes para colocar el tabaco y cargarlo en
su espalda.
La
arqueóloga Erika Robles Cortés mencionó que también poseen anillos de concha
nacarada a modo de anáhuatl o pectoral circular, mismo que se observa en
personificaciones de dioses guerreros como Tezcatlipoca y Huitzilopochtli.
“Además,
algunos llevan dardos de madera, cetros de obsidiana negra, así como puntas de
proyectil miniatura del mismo material y de diferentes tonos, elementos que se
asociaban a los guerreros mexicas”, describió.
Los
arqueólogos Alejandra Aguirre y Ángel González consideran que se trata de la
representación de guerreros del inframundo. “Esto puede referir que los
cuchillos de pedernal —encontrados en otras ofrendas anteriores, que solamente
se habían visto como instrumentos de sacrificio—, bien pudieran ser
personificaciones de combatientes o deidades, lo que podría cambiar el
simbolismo que se tenía de de dichas oblaciones, muchas de ellas halladas desde
1978 durante la primera temporada de excavaciones del Proyecto Templo Mayor”.
La Ofrenda
137 forma parte de un conjunto de ocho oblaciones asociadas al monolito de
Tlaltecuhtli (diosa de la tierra), que fueron depositadas en su lado oeste y en
un solo momento, correspondiente a la etapa constructiva VI de Templo Mayor
(1486-1502 d.C.).
En este
sentido, el arqueólogo Ángel González señaló que las ocho se encontraban
alrededor de una estructura en forma de pirámide invertida. En dichos espacios
rituales se descubrieron aproximadamente cinco mil piezas, entre materiales
orgánicos y artefactos, los cuales actualmente están bajo procesos de
restauración e investigación, a fin de inferir a detalle su simbolismo y
pertinencia dentro de las oblaciones.
“Las
ofrendas son maquetas del cosmos en las que se representaban el cielo, la
tierra o el inframundo”, explicó el investigador tras considerar la posibilidad
de que estas ocho oblaciones hayan sido depositadas para clausurar la
estructura piramidal que circundaban.
De acuerdo
con el arqueólogo Leonardo López Luján, las ofrendas son actos individuales o
colectivos de carácter simbólico, “en términos específicos, son el producto
concreto de donaciones hechas por los fieles, con el fin de establecer una
comunicación y un intercambio con la sobrenaturaleza. La posición de éstas
dependía igualmente del momento en que se ofrecían; las de clausura eran
colocadas sobre pisos, escalinatas o altares, y quedaban sepultadas por la
nueva edificación”.
Finalmente,
Ángel González señaló la importancia de registrar cada paso de las excavaciones
—lo que se implementó a partir de la séptima temporada del PTM, en 2012— con
dibujos en películas de acetato y fotografías de alta resolución.
“Dichas
imágenes son integradas al programa de diseño de Autocad, en el que se vacían
los datos de las diversas oblaciones en un plano topográfico de los vestigios
del Recinto Sagrado de Tenochtitlan, esto permite ubicar patrones de colocación
de los objetos, así como analizar las ofrendas que guardan relación entre sí”,
concluyó.
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