- El escritor, periodista y coleccionista retrató la cultura popular de una época que no es lejana y es vigente
- Autores y especialistas reconocen que sus testimonios son importantes para comprender lo pasado y porqué ahora somos así
México, DF.- Carlos Monsiváis (Ciudad de México, 4 de mayo,
1938 –Íbid., 19 de junio, 2010) se ha convertido en figura obligada de la vida
cultural del México contemporáneo, pues su amplia obra que incluye crónica,
ensayo y crítica, no sólo sigue vigente, sino que resulta fundamental para
entender la cultura popular, sobre todo en la segunda mitad del siglo XX.
En el marco del quinto aniversario luctuoso de quien fuera
uno de los intelectuales más importantes del país, quien supo indagar en los
aspectos fundamentales de la sociedad, la política y la cultura mexicanas y que
con ironía y amplios conocimientos ejerció una crítica inteligente, escritores
y especialistas reconocieron el gran vacío que dejó, el cual sólo se puede
llenar al leer lo que Monsiváis escribió.
El poeta Hugo Gutiérrez Vega recordó que “los conocimientos
de Carlos son amplísimos, sus territorios abarcan, como los del Rey Sol, toda América, Europa y Oriente; de todo sabía
y de todo hablaba bien, creo que uno de los aspectos esenciales es su actitud
política libre, independiente, crítica, valiente. Le hizo mucho bien al país y
sabíamos cómo observaba las cosas con acuciosidad y con valentía, lo que decía
era invariablemente valioso para obtener una imagen de este país cada vez más
complicado, más injusto, más inequitativo, más violento, menos justo, menos
serio, menos rico en las actividades democráticas y en la vida social intensa y
libre”.
En entrevista, Gerardo Estrada, apoderado general de la
Asociación Cultural El Estanquillo, aseguró que a cinco años de su partida,
Carlos Monsiváis está más presente que nunca en nuestras vidas. “La ciudad y el
país le deben mucho a Carlos, que era una conciencia viva, una persona no
crítica, porque si bien es cierto que tuvo una posición crítica frente a las
cosas, Carlos era un analista”, ya que buscaba comprender los fenómenos
sociales y todo lo que sucedía a nuestro alrededor.
Monsi, como le decían de cariño, “fue el gran testigo de la
segunda mitad del siglo XX mexicano y sus testimonios son fundamentales para
comprender lo que ha pasado en esos años y porqué somos ahora así, muchas de
las explicaciones a lo que sucede hoy en México están ahí”.
Por ello, la historiadora de arte Dina Comisarenco señaló
que “sin lugar a dudas Carlos Monsiváis ha sido uno de los cronistas más
populares y justamente reconocidos de la Ciudad de México. Ha escrito sobre
infinidad de temas de la sociedad y de la cultura nacional, obsequiándonos en
la mayoría de los casos opiniones sensibles e inteligentes, generalmente de
naturaleza irónica y muy polémica, que por eso mismo resultan
extraordinariamente estimulantes hasta el momento actual y seguramente por
muchos años por venir”.
La prueba de la vigencia del legado de Monsi, apuntó Henoc
de Santiago, director del Museo del Estanquillo, es que aún después de su
muerte han salido cuatro libros del autor, lo que demuestra que se trata de uno
de los escritores consentidos.
“Todo lo que Monsiváis retrató a través de su literatura, a
través de su ensayo, libros como Los rituales del caos o Los mil y un velorios,
Crónica de la nota roja en México, pueden ser muy interesantes y divertidos,
sobre todo para los jóvenes, porque ven retratada una época que no es muy
lejana, pero que sigue siendo vigente”.
Docto en lucha libre, fut, cine y caricatura
Carlos Monsiváis escribía de todo y ejerció la crítica con
ironía para abordar los fenómenos sociales que registraba y analizaba, lo mismo
de futbol, lucha libre, cine y caricaturas, que de arte, la ciudad, la Virgen
de Guadalupe y la música, como queda asentado en el libro Imágenes de la
tradición viva de Carlos Monsiváis.
En el volumen, un proyecto editorial de la Fundación Bancomer
y con edición iconográfica de Déborah Holtz y Juan Carlos Mena, se presentan a
lo largo de casi 700 páginas una serie de ensayos, aderezados con fotografías,
en los que Monsiváis aborda diversos temas de la cultura popular en México.
Del Zócalo capitalino decía que ni mexicanos ni visitantes
prescinden de él, pues recupera la visión panorámica del pasado. “Si para la
inmensa mayoría de los mexicanos la vida laboral y cotidiana transcurre lejos
del Zócalo, no así la vida simbólica”, ya que por su condición accesible y sus
usos múltiples no discrimina, es democrático y de todos los espacios
nacionales, es el más resistente a la privatización.
Al respecto, Henoc de Santiago consideró que estas ideas
siguen vigentes, pues “finalmente todo lo que pasa en el país se refleja en el
Zócalo, que desde la época prehispánica tiene una importancia singular en este
país. Es como el espacio donde todo el mundo se identifica como mexicano, yo
creo que el Zócalo de la Ciudad de México sigue siendo el corazón del país,
palpita, es un espacio donde todo sucede, donde uno puede ver esa mezcla de
gente al igual que en el Metro. En el centro es donde te das cuenta de ese
verdadero México, quizá falta un poco el México indígena, hay poco, pero es ese
México urbano, ese México joven, ese México vibrante se ve en el Zócalo”.
Monsiváis y el erotismo demográfico
También decía que, en el terreno visual, la Ciudad de México
es, sobre todo, demasiada gente. “Claro que es vigente -consideró Antonio
Saborit, director del Museo Nacional de Antropología-, de él también es la
frase del erotismo demográfico, antes que separaran a hombres y mujeres en el
Metro, él hablaba del erotismo demográfico en una crónica maravillosa”.
Sobre música, Monsiváis señalaba que en particular la tropical,
se había convertido en una tradición poderosísima, con la cual un amplio sector
de la población transparenta sus aspiraciones y frustraciones, ya que, por
ejemplo, “la cumbia o el vallenato, más que gustos, son atmósferas urbanas y
autobiográficas”.
En este sentido, Gerardo Estrada apuntó que al escritor “le
gustaba toda la música popular, tenía un gran conocimiento, en todas ellas veía
expresiones de los sentimientos populares, veía expresiones de la sensibilidad
mexicana y entendía que a través de la música nos estábamos educando
sentimentalmente de alguna manera”.
A Calos Monsiváis también le gustaba mucho la caricatura, ya
que señalaba que el dibujo político, sin movilizar masas o derribar
instituciones, sí estimula un uso flexible y divertido de la crítica y
consideraba a los moneros como avanzadas de la libertad de expresión.
Rafael Barajas El Fisgón coincidió con lo dicho por Monsi,
pues “yo sí creo que la caricatura en México ha sido, desde el siglo XIX, la
punta de lanza de la libertad de expresión. Son los caricaturistas los que
abrieron terreno dentro de lo que es la prensa de combate para abrir los
márgenes de lo que se podía decir en aquel entonces, al punto que alrededor de
1870 las revistas de caricaturas contribuyen a derrocar a un presidente, es el
caso de Sebastián Lerdo de Tejada”.
Acerca de la Virgen de Guadalupe, Monsiváis aseguraba que se
trata de la imagen más repetida en la historia de México, pues “en una sociedad
aferrada a los símbolos”, las alegorías son el primer lazo de unión.
Henoc de Santiago recordó que “todas las culturas tienen
siempre esta necesidad de identificarse con algún personaje, con algún ente
generalmente religioso. Creo que los mexicanos nos identificamos con la Virgen
de Guadalupe. Creo que sí, en eso tenía razón, es ante cierta necesidad o
carencia de dónde dirigirte, ante el vacío que deja el gobierno y otras
instancias, cuando menos con la Virgen de Guadalupe vamos”.
Se llevaba bien con La Doña
Su análisis de la cultura popular lo llevó a reflexionar
sobre personajes emblemáticos como María Félix, la cual, dijo, veía en el lujo
la escenificación de sus fuerzas interiores, la aspiración de la mujer
prudente, arrebatada, altiva, que choca contra sí misma, pero sin llegar a ser
un referente de la lucha social. Al respecto, Antonio Saborit recordó que con
este tipo de comentarios, Monsiváis “sobre todo buscaba no ofenderla, porque se
llevaba bien con la Doña”.
En este sentido, Dina Comisarenco precisó que en alguna
oportunidad el autor se definió a sí mismo, en tercera persona, como alguien
que “alterna su misoginia con una encendida defensa del feminismo”. Si bien,
dijo, contribuyó a dicho movimiento con mordaces críticas al machismo, el lado
misógino del autor quedó de manifiesto, pues hasta Elena Poniatowska decía que
Monsi “amó a su país, amó a sus gatos, amó a sus escritos, pero no amó a las
mujeres”.
Y es que sobre Frida Kahlo, el autor escribió que en una
sociedad machista, donde lo pictórico era asunto exclusivo de los hombres,
"Frida se desentiende de las nociones reverenciadas de discreción y buen
gusto y en exorcismo portentoso se pinta enferma, engendradora y decapitadora
de sí misma, hereje procesada por las inquisiciones de la mente y el cuerpo”,
pues a ella todo lo está permitido, porque la naturaleza ya se permitió todo
con ella.
La especialista en arte consideró que esta afirmación es un
ejemplo de esa ambigüedad misógina/feminista. “Por supuesto que no a todo el
mundo debe gustarle la obra de Frida y ciertamente parece que este fue el caso
de Monsiváis, pero la explicación reduccionista de su valentía, tanto temática
como formal, en relación exclusiva con
sus padecimientos físicos, no me resulta satisfactoria, por el contrario, me
parece que denota un cierto prejuicio de carácter discriminatorio”.
Agregó que hay mucha gente con sufrimientos físicos y
espirituales que no han tenido la capacidad creativa de Frida y hay hombres que
lo han hecho, pero su obra no es interpretada de esa forma. “Creo que en este
caso Monsiváis se dejó llevar, como la mayor parte de la crítica especializada,
por la vida de la artista, sin mirar a la obra y su significado social y
público, que va mucho más allá de los ‘exorcismos’ personales. Gran parte del
valor de la obra de Frida, y creo que de todo gran artista, reside justamente
en ser capaces de expresar algunos de los anhelos, temores y dolores que
compartimos todos los seres humanos y que a través del arte, ya sea como
creadores o como espectadores, nos permiten elaborarlos y trabajarlos, no sólo
a nivel personal, sino social”.
Por otro lado, en materia deportiva, comentó Antonio
Saborit, “todo mundo oyó hablar a Monsiváis pestes del futbol”, el cual según
el escritor es el acto más individual y colectivo que lleva a la cumbre del
entusiasmo o del abatimiento, ya que en el fanático opera una estrategia
psíquica donde cada uno se convierte en el equipo de su preferencia.
El dramaturgo Luis Mario Moncada se distanció de esta
afirmación, ya que, dijo, “me parece una postura respecto del acercamiento que
uno puede tener al deporte, sin embargo, creo que uno puede ver el deporte como
una manifestación cultural y como la manifestación de la destreza de un
individuo o de un colectivo, la verdad que esta idea del apasionamiento por
unos colores o por un logotipo o por una forma de jugar y de identificar una realización
deportiva se tiene que apreciar”.
Indicó que si bien no es ningún secreto su afición al
deporte, “creo que también se puede apreciar este mismo sin el apasionamiento
que va de la identificación con un equipo determinado. Yo, conforme pasan los
años, me vuelvo más un aficionado al deporte por sí mismo, no tanto por mi
cercanía con uno u otro equipo, de hecho cada vez me distancio más de los
equipos y me gusta más el deporte como manifestación”.
Sin embargo, Antonio Saborit recordó que durante el Mundial
de México 86, como todos estaban fascinados con esta competencia, Monsiváis
reconoció el derecho al relajo y a la felicidad que tiene la gente “y se puso
de su lado, porque no eran manifestaciones políticas que siempre son
políticamente correctas, era otra cosa, el relajo”.
Sin embargo, las cosas han cambiado respecto a la época en
que vivió Monsiváis. El director del Museo Nacional de Antropología señaló que
“yo estaba muerto de risa releyendo, porque él se describe a sí mismo como una
rata de cineclub en los años sesenta. Eso ya es difícil que se entienda hoy,
con el DVD, Netflix y tantas cosas, porque en esa época las películas las veías
en un cine o no las veías y las veías por una vez en tu vida, ¡una!”.
Más de 4 mil películas en su colección
El cine es uno de los temas que más apasionaron a Monsiváis.
Reunió una colección de películas superior a los cuatro mil títulos, que hoy
está resguardada en la Cineteca Nacional y apuntaba que los grandes cines que
existían, la mayoría de los cuales hoy ya han sido desmantelados, eran lugar de
encuentro, ya que daban cabida a toda la población.
Si bien, advirtió Henoc de Santiago, “no estoy seguro que
haya pasado la costumbre de ir al cine, hoy son más popis y más ostentosos,
están llenos, claro los costos es otra cosa, antes eran costos muy bajos, a
precios actuales unos 10 o 15 pesos y ahora cuesta 70, se ha hecho sumamente
elitista y si es doloroso que estén llenos, pero de otro tipo de gente, siguen
siendo lugar de encuentro, de esparcimiento, la gente va y aprende, pero no
estoy seguro que esté abierto a todos los mexicanos como antes, porque era muy
barato, además dentro de las cosas que estaban reguladas, además de la canasta
básica, era el precio del cine”.
Finalmente, se puede hablar de los aforismos de Monsiváis,
que decía por ejemplo, que las clases dominantes tienen un afán de ser cada día
menos mexicanos y de ahí el empeño de los dominados por la reapropiación del
país y de sentirse sólo eso: mexicanos, a lo cual atribuía el éxito de
películas como Mecánica nacional o Lagunilla mi barrio.
Para Antonio Saborit “esa es la parte como sociológica de
Monsiváis, las conjeturas que se inventaba después de una frase. La primera
parte de la frase se sostiene, la segunda parte patina, no es una consecuencia
y no es así, no es exactamente así. Sería lo mismo, hay el mismo deseo, no sé
cuántos Ronaldos y Messis te puedes encontrar, es lo mismo, porque lo propio no
te satisface”.
No da la luz a los nuevos críticos
A pesar que se puede estar de acuerdo o no con las
afirmaciones de Monsiváis, para Hugo Gutiérrez Vega sus libros siguen
proyectando luz sobre el México actual. “Murió hace cinco años, pero si lo lees
todavía tiene vigencia; todos sus juicios, sus puntos de vista, sus
aproximaciones, sus afirmaciones, sus dudas, sus perplejidades. Sigue siendo de
alguna manera el que nos da luz a los nuevos críticos de la sociedad mexicana,
que desgraciadamente no son muchos”.
Y es que Monsiváis, dijo, dejó un vació difícil de llenar,
pues fue el crítico principal de la cultura mexicana del siglo XX, en cuya obra
se refleja “su preocupación por la vida cultural de México y por todos los
aspectos de nuestra cultura, tanto la popular como la académica. Creo que Monsiváis
es fundamental para entender al México contemporáneo”.
Qué diría Monsiváis
A cinco años de su fallecimiento, muchos aún se preguntan
qué diría Monsi sobre temas tan relevantes como las elecciones o el caso
Ayotzinapa, pues de acuerdo con Henoc de Santiago “dejó un hueco muy grande en
la vida cultural y social de nuestro país, que yo siento que nadie está
cubriendo”.
Como señaló Rafael Barajas El Fisgón, “yo lo sigo
extrañando, todavía me pasa, me encuentro en algún momento diciendo y qué
pensaría Carlos de todo esto, era sumamente crítico, estaba sumamente enterado
de todo. No será fácil sustituirlo, aunque haya otras figuras, otros
intelectuales, porque las grandes figuras culturales son irreemplazables”.
Y es que, apuntó, fue uno de los intelectuales más
completos: cronista, crítico de arte y “su obra literaria no ha sido
suficientemente ponderada, es muy buena. El catecismo para indios remisos es un
clásico y además le dejó al pueblo de México una parte importante de su
colección y esto se exhibe en el Estanquillo, que es también una extensión de
su obra, de su legado, el Monsiváis coleccionista que se ha ido descubriendo
poco a poco a partir de las exposiciones que se han hecho y que la verdad es un
aspecto muy rico de su actividad intelectual, porque la gente suele
menospreciar el trabajo de los coleccionistas, cuando es una actividad
fundamental dentro de la cultura, si no hubiera coleccionistas no habría
museos, no habría acervos importantes”.
Antonio Saborit recordó que Monsiváis sabía muchísimo y de
todo, pero ahora hay una sociedad monoaural y ya nadie habla de cine, teatro,
música, literatura o ciencia, “y no por falta de capacidad, porque quizá habría
autores que de existir la oportunidad lo harían, pero no hay los espacios, no
hay suplementos que eran fundamentales en este país”.
Cabe señalar que la obra de Carlos Monsiváis incluye títulos
como Principios y potestades (1969), Días de guardar (1971), Amor perdido
(1976), Entrada libre, crónicas de la sociedad que se organiza (1987), Escenas
de pudor y liviandad (1988), Los rituales del caos (1995) y Nuevo catecismo de
indios remisos (1982).
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