Brasil.- Cuando Philipp Lahm, Miroslav Klose y compañía salten
al césped del Maracaná de Río de Janeiro el domingo 13 de julio para jugar la
final de la Copa Mundial de 2014, uno de los mayores héroes de la historia del
fútbol alemán estará sentado en el sofá de su salón, expectante, y recordando
la que fue "su" final.
En 1954, Horst Eckel era el jugador más joven de la
Mannschaft que protagonizó el "milagro de Berna". En una memorable
final, la selección germana derrotó por 3-2 a Hungría, que por entonces estaba
considerada poco menos que invencible, y conquistó así su primer título
mundialista.
60 años y nueve días después, la generación actual de
futbolistas alemanes está decidida a entrar también en la historia. "Creo
que los chicos van a conseguirlo. En mi opinión, somos ligerísimamente
favoritos. El equipo está muy compenetrado", afirma Eckel, de 82 años, en
la entrevista que concedió a FIFA.com unos días antes de la final. Pero, acto
seguido, advierte: "Sin embargo, si Argentina está en la final es por
algo. Tampoco tiene mal equipo, y los nuestros deberán estar muy pendientes de
Lionel Messi hasta el pitido final. Con jugadores como él, no te puedes
despistar ni un segundo".
Un mal arranque
Para Eckel, Alemania es un equipo bastante bueno, sin puntos
débiles definidos: "Como nosotros en 1954", apunta. No obstante, los
presagios ante el duelo final contra los magiares eran muy distintos a los
actuales. "Para nosotros fue muy complicado viajar a Suiza, porque, en
1954, Alemania no era un país reconocido a nivel político, económico y
deportivo en el mundo. En cualquier caso, no fuimos allá con la idea de no
perder, sino que nuestro deseo era jugar bien y representar a Alemania",
recuerda en su charla con FIFA.com.
Dos triunfos sobre Turquía, así como una contundente derrota
por 8-3 a manos de Hungría, permitieron al entramado dirigido por Josef
Herberger acceder a cuartos de final. En esta ronda se impuso 2-0 a Yugoslavia,
un resultado clave para la República Federal de Alemania. "En ese momento
comprendimos que podíamos llegar lejos, pero ni se nos pasaba por la cabeza ser
campeones del mundo. Para nosotros, llegar a semifinales ya era todo un
éxito". Y allí derrotaron a Austria por un apabullante 6-1.
Sin embargo, dos goles en contra en los primeros minutos de
la final hicieron temer lo peor. "Entonces, un grito de ánimo hizo
reaccionar al equipo. Salió de Toni Turek [ndlr: el arquero] y llegó hasta el
último delantero. '¡Vamos, chicos, no podemos perder otra vez por tantos
goles!'. Cuando marcamos el 1-2, nos dimos cuenta de que teníamos opciones de
plantar cara a la poderosa Hungría. Para mí, el 2-2 fue el gol más importante
de todos. Con ese resultado nos fuimos al descanso y, ya en el vestuario, nos
dijimos: 'Hemos logrado empatar después de ir perdiendo por dos goles, ahora
podemos ser campeones del mundo. ¡Y queremos ser campeones del mundo'!".
"¡Todos a cantar!"
El final de la historia es de sobra conocido. Helmut Rahn
marcó el 3-2 en el minuto 84 y certificó el primer título mundialista de
Alemania. Había nacido el "milagro de Berna". "Sentimos una gran
alegría y todos corrimos a abrazarnos. Pero no nos quitamos las camisetas y las
lanzamos al público, ni tampoco nos bañamos en cerveza, como se hace hoy día.
En nuestra época, eso no se estilaba. Entramos en el vestuario y nos sentamos,
como si hubiésemos perdido el partido. Todos le dábamos vueltas a lo mismo:
'¿De verdad somos campeones del mundo? ¿Qué pasará cuando volvamos?' Hasta que
llegó Herberger y nos dijo: '¿Pero qué os pasa? ¿No sabéis que sois campeones
del mundo? ¡Venga, todos a cantar!'. Con Herberger siempre cantábamos 'Hoch auf
dem gelben Wagen', una canción popular alemana. A partir de ahí, la fiesta se
desató. Cada vez había más jaleo y no paramos de cantar. Fue como un
sueño".
De todos modos, el recibimiento triunfal que vivieron a su regreso
superó cualquier celebración: la Mannschaft fue aclamada por cientos de miles
de personas en las calles. "No éramos un país reconocido en el mundo, y
tampoco sabíamos lo que ocurría dentro de nuestras fronteras. No lo supimos
hasta que volvimos. En ese momento, nos dimos cuenta de que habíamos aportado
nuestro granito de arena para que el pueblo alemán avanzase un pasito más en su
recuperación. Aquellos nos hizo sentir muy orgullosos".
¿Qué cambia cuando uno se proclama campeón del mundo?
"De no haberlo conseguido, ahora mismo no estaríamos haciendo esta
entrevista", explica con una sonrisa a FIFA.com. Junto con Hans Schaefer,
Eckel es el único jugador superviviente de aquella generación del 54.
"Sólo sería uno más de tantos exfutbolistas de aquellos tiempos. Ser
campeón del mundo es un gran honor, pero uno debe mantener los pies en el
suelo. Por supuesto, el orgullo de levantar semejante título dura toda la
vida".
Un orgullo que también podría sentir muy pronto el combinado
dirigido por Joachim Loew. "Tenemos un equipo bastante bueno, como lo era
el nuestro en 1954. Somos consistentes en defensa y en ataque. Sólo puedo decir
cosas buenas sobre esta selección. Y espero que el domingo los chicos jueguen
aún mejor, porque es una final". (Fifa.com)
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