Un hombre llamado Huacho Tello

Joaquín Francisco era un tipo alegre y muy trabajador. Pocas veces lo escuché quejarse de la enorme cámara que traía al hombro durante las largas gira

Huacho Tello era un tipazo. El día que lo conocí nos identificamos plenamente. Gustaba de la buena comida: chicharra, tortas, tacos y huevos revueltos, le encantaba cocinar en una parrilla eléctrica de resistencia que había en la oficina de la llamada Casa Rosada. Nuestro jefe, don Pedro Pacheco, sí que nos consentía en ese rubro.  Joaquín Francisco era un tipo alegre y muy trabajador. Pocas veces lo escuché quejarse de la enorme cámara que traía al hombro durante las largas giras de los gobernantes en turno con una videocasetera, un tripie, cables y el micrófono que siempre cargaban un ayudante. No salían las VHS.  Entre los tantos asistentes que tuvo, le conocí uno apodado "Kilí", un flaquito que en broma le decían que pesaba más la casetera que él. El muchacho siempre se quedaba dormido en los eventos y cuando Huacho comenzaba la grabación del evento hacía su conteo levantando la mano y decía "Córrela Kilí", en señal que era el momento de soltar la pausa y comenzar la grabación. El "Kilí" le respondió: ¿Dónde quieres que corra si tengo cargada la casetera?". Huacho frunció el ceño. Obvio que el joven no tardó en la oficina.  Era tan trabajador que cuando salía de su jornada en Palacio, se iba a hacer grabaciones de bodas y quince años, tarea en la que siempre iba acompañado por su esposa quien lo ayudaba con la lámpara, los enchufes y los cables. Era una pareja muy unida.  Recuerdo que cuando el gobernador Víctor Cervera puso en marcha un programa para construir viviendas para los policías, en lo que ahora es el fraccionamiento Chenkú, Huacho planteó la posibilidad que le otorgaran un terreno para construir su casa. La respuesta fue favorable.  Semanas después nos fuimos de gira. Cervera observó que las manos de Huacho estaban carcomidas y lastimadas. Y le preguntó qué le había pasado.  -Señor gobernador, dijo respetuoso, estoy construyendo mi casa y como no tengo pala ni cuchara, el material lo mezclo con mis propias manos y estoy muy avanzado pegando bloques. La cara de sorpresa del gobernador nunca se me olvidará. Lo abrazó y algo le dijo al oído.  También era ocurrente. Transcurría el mes de noviembre y muy serios, mientras comíamos una sabrosa chicharra que había preparado, preguntó a don Pedro: "¿Oiga, cómo vamos a celebrar este año la navidad?"; algunos comenzaron a aportar sus ideas. El jefe, que había estado callado y escuchando respondió serio: "Me dijo el gobernador que este año no hay presupuesto para fiestas, el año pasado terminó muy mal".  Horas después Huacho tomó una lata, su tapa le hizo hueco de alcancía y lo colocó a la puerta de la oficina de Comunicación Social con un letrero: "Colabore para la navidad pobre de prensa". Algunos funcionarios observaron y comenzaron a depositar sus aportaciones.  Sonó el teléfono y el jefe contestó. "Dime..., voy enseguida". Y subió al Despacho. No reparó en el bote. Bajó iracundo, tomó la ocurrente lata que estábamos celebrando todos y de un manotazo lo aventó al Patio Central del Palacio de Gobierno. Se abrió y salieron volando billetes y monedas. "¿De quién fue esta idea?", gritó. Todos desaparecimos, excepto Huacho, quien corrió a recoger el producto de la colecta. El gobernador se había enterado. Ese año tuvimos una gran fiesta.  Fueron muchos momentos memorables. Gratificantes. Era un hombre que se entregaba al 100 en el trabajo, en el deporte, de espíritu guerrero, profesional y exigente consigo mismo. Le aguantó el paso a don Pedro Pacheco, quien lo quiso como su único camarógrafo en las actividades de Cervera Pacheco.  Son incalculables las anécdotas que labró con los gobernadores Francisco Luna Kan, Graciliano Alpuche Pinzón, Víctor Cervera Pacheco, Víctor Manzanilla Schaffer, Dulce María Sauri Riancho, Federico Granja Ricalde, nuevamente Víctor Cervera Pacheco, Patricio Patrón Laviada (PAN), Ivonne Ortega Pacheco, y Rolando Zapata Bello. Con él se jubiló.  Sirva estas líneas como un reconocimiento a un hombre con el que compartimos la sal y las tortillas, literal. Que siempre estaba dispuesto a enseñar y a compartir; que demostró siempre ser un gran servidor público, pero sobre todo un gran amigo, esposo y padre.  Descanse en paz.

Huacho Tello era un tipazo. El día que lo conocí nos identificamos plenamente. Gustaba de la buena comida: chicharra, tortas, tacos y huevos revueltos, le encantaba cocinar en una parrilla eléctrica de resistencia que había en la oficina de la llamada Casa Rosada. Nuestro jefe, don Pedro Pacheco, sí que nos consentía en ese rubro.

Joaquín Francisco era un tipo alegre y muy trabajador. Pocas veces lo escuché quejarse de la enorme cámara que traía al hombro durante las largas giras de los gobernantes en turno con una videocasetera, un tripie, cables y el micrófono que siempre cargaban un ayudante. No salían las VHS.

Entre los tantos asistentes que tuvo, le conocí uno apodado "Kilí", un flaquito que en broma le decían que pesaba más la casetera que él. El muchacho siempre se quedaba dormido en los eventos y cuando Huacho comenzaba la grabación del evento hacía su conteo levantando la mano y decía "Córrela Kilí", en señal que era el momento de soltar la pausa y comenzar la grabación. El "Kilí" le respondió: ¿Dónde quieres que corra si tengo cargada la casetera?". Huacho frunció el ceño. Obvio que el joven no tardó en la oficina.

Era tan trabajador que cuando salía de su jornada en Palacio, se iba a hacer grabaciones de bodas y quince años, tarea en la que siempre iba acompañado por su esposa quien lo ayudaba con la lámpara, los enchufes y los cables. Era una pareja muy unida.

Recuerdo que cuando el gobernador Víctor Cervera puso en marcha un programa para construir viviendas para los policías, en lo que ahora es el fraccionamiento Chenkú, Huacho planteó la posibilidad que le otorgaran un terreno para construir su casa. La respuesta fue favorable.

Semanas después nos fuimos de gira. Cervera observó que las manos de Huacho estaban carcomidas y lastimadas. Y le preguntó qué le había pasado.

Señor gobernador, dijo respetuoso, estoy construyendo mi casa y como no tengo pala ni cuchara, el material lo mezclo con mis propias manos y estoy muy avanzado pegando bloques. La cara de sorpresa del gobernador nunca se me olvidará. Lo abrazó y algo le dijo al oído.

También era ocurrente. Transcurría el mes de noviembre y muy serios, mientras comíamos una sabrosa chicharra que había preparado, preguntó a don Pedro: "¿Oiga, cómo vamos a celebrar este año la navidad?"; algunos comenzaron a aportar sus ideas. El jefe, que había estado callado y escuchando respondió serio: "Me dijo el gobernador que este año no hay presupuesto para fiestas, el año pasado terminó muy mal".

Horas después Huacho tomó una lata, su tapa le hizo hueco de alcancía y lo colocó a la puerta de la oficina de Comunicación Social con un letrero: "Colabore para la navidad pobre de prensa". Algunos funcionarios observaron y comenzaron a depositar sus aportaciones.

Sonó el teléfono y el jefe contestó. "Dime..., voy enseguida". Y subió al Despacho. No reparó en el bote. Bajó iracundo, tomó la ocurrente lata que estábamos celebrando todos y de un manotazo lo aventó al Patio Central del Palacio de Gobierno. Se abrió y salieron volando billetes y monedas. "¿De quién fue esta idea?", gritó. Todos desaparecimos, excepto Huacho, quien corrió a recoger el producto de la colecta. El gobernador se había enterado. Ese año tuvimos una gran fiesta.

Fueron muchos momentos memorables. Gratificantes. Era un hombre que se entregaba al 100 en el trabajo, en el deporte, de espíritu guerrero, profesional y exigente consigo mismo. Le aguantó el paso a don Pedro Pacheco, quien lo quiso como su único camarógrafo en las actividades de Cervera Pacheco.

Son incalculables las anécdotas que labró con los gobernadores Francisco Luna Kan, Graciliano Alpuche Pinzón, Víctor Cervera Pacheco, Víctor Manzanilla Schaffer, Dulce María Sauri Riancho, Federico Granja Ricalde, nuevamente Víctor Cervera Pacheco, Patricio Patrón Laviada (PAN), Ivonne Ortega Pacheco, y Rolando Zapata Bello. Con él se jubiló.

Sirva estas líneas como un reconocimiento a un hombre con el que compartimos la sal y las tortillas, literal. Que siempre estaba dispuesto a enseñar y a compartir; que demostró siempre ser un gran servidor público, pero sobre todo un gran amigo, esposo y padre.

Descanse en paz.

Enero del 2022

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