Por Ivonne Ortega Pacheco*
Al hacer un balance del primer año de la administración del
presidente Enrique Peña Nieto, no es posible regatearle dos características
fundamentales: visión de Estado y estatura política.
Desde sus primeros días, la primera administración federal
emanada del PRI en el siglo XXI mostró una dinámica transformadora que, con el
acotamiento de las condiciones propias de desarrollo de la gestión, no se ha
detenido.
El planteamiento y concreción de las reformas educativa y de
telecomunicaciones rompieron tabúes en la política mexicana y, con todo y el
conflicto generado por grupos inconformes, define de una vez por todas el
actuar del Estado en estos temas trascendentales, sin dar largas al asunto.
Es claro que el tema educativo, por su cercanía con la vida
diaria de millones de mexicanos que son gobierno, jefes de familia,
estudiantes, trabajadores de la educación o integrantes de sindicatos del ramo,
es el que más complejidad encierra; quienes trabajamos en la capital del país
somos testigos casi cotidianos de marchas, plantones y protestas de maestros y
presuntos maestros que se dicen en contra de las reformas al esquema de
evaluación educativa.
La respuesta gubernamental, a pesar de quienes azuzan y
acechan casi morbosamente a la espera de un conflicto violento, ha sido de una
prudencia sólo entendible en quien ve en la inconformidad una expresión más del
todo social y, sin menospreciarla, la ubica en su justa dimensión, en un país
en que todos los días millones de maestros, niños y jefes de familia realizan
normalmente sus actividades y cuentan con la educación como camino al
desarrollo.
La reforma de telecomunicaciones transita en una vía de
grandes retos, y aunque sin la espectacularidad de las protestas magisteriales
(muchas de ellas en contra de los concesionarios de medios electrónicos), se ha
consolidado en medio de la expectativa empresarial, debido seguramente a los
grandes intereses que rondan en su derredor.
El Senado ha dado ya luz verde a la reforma financiera, casi
la más discreta de las acciones del gobierno de Enrique Peña Nieto, pero que
tendrá gran repercusión al facilitar a los empresarios del tamaño que fueren,
con especial atención a los medianos y pequeños, acceso a créditos por medio de
la banca de desarrollo.
Con esta medida, México se despereza de un letargo
crediticio que había venido haciéndose cada vez más un obstáculo para el
despegue de los emprendedores nacionales. Es posible asegurar que desde las
décadas centrales del siglo pasado, nuestro país no había tenido mejores
horizontes en cuanto a este rubro, y es en 2014 cuando deben verse sus primeros
frutos.
Si con la reforma educativa, la de telecomunicaciones y la
financiera el Estado sumó acciones para transformar sectores sociales con
instrumentos de gobierno, con la hacendaria se pretende transformar el sector
más identificado con el gobierno a través de acciones de gran contenido social.
Sin modificar la premisa del no al IVA en alimentos y
medicinas, el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto dispuso la creación
del seguro de desempleo y la pensión universal para los mexicanos. Actuó sin
titubeos para gravar más a quienes más tienen (antigua aspiración de la
economía nacionalista) y definió un ritmo de negociación inédito en el cabildeo
legislativo.
En esta última característica debemos observar que la
administración Peña Nieto ha sido, como quizá ninguna en nuestro país,
promotora de una democracia participativa que, guste o no, ha dado resultados.
El Pacto por México ha dado espacio, voz y participación efectiva a las fuerzas
políticas más importantes de nuestro país, con episodios muy afortunados y los
desencuentros propios de la pluralidad del instrumento.
En un ejercicio sin precedentes, nos encontramos en ese
México político que muchos veían utópico y que abona al profesionalismo y
profesionalización del actuar en la res pública: es posible disentir en algunos
temas, pero es lógico coincidir en más, porque a final de cuentas todos somos
mexicanos y tenemos los mismos problemas como nación.
En este último punto retomo mi afirmación inicial: es el
gobierno de Enrique Peña uno con visión de Estado, porque ha sabido ubicar y
tratar en un plano muy elevado los temas de verdadera importancia para el
desarrollo y futuro nacionales, y es uno con gran estatura política, porque ha
instaurado una nueva forma de incluir, discutir, negociar, ceder, pactar y
ganar en política, con la actitud y decisión de quien se sabe responsable del
país, no líder faccioso: de quien tiene, definitivamente, estatura política.
A estas reformas, de suyo relevantes, sumemos otros aciertos
del presidente Peña Nieto: el lanzamiento de la Cruzada Nacional contra el
Hambre, el avance callado, pero sin reveses, del programa nacional de infraestructura,
la recuperación del nivel en la diplomacia mexicana, el trabajo discreto pero
efectivo de su gabinete (sin protagonismos ni rivalidades de otros tiempos) y,
sobre todo, su determinación de hacer realidad la paridad de género en la
competencia electoral.
Queda un tema pendiente, que los mexicanos hemos venido
postergando por décadas, y es la apertura de la actividad petrolera a la
inversión privada, en un escenario internacional cada vez menos positivo para
las políticas aislacionistas y en un momento en que la política energética del
país requiere de nuevos, decisivos ajustes.
La misma oportunidad, entendida por confluencia ideal de
factores, que llevó al Estado mexicano a expropiar las empresas petroleras —que
no el petróleo, cuya propiedad la Constitución constreñía y constriñe al
Estado—, hoy nos indica el mejor tiempo para un apertura en las mejores
condiciones para la economía nacional.
Por otro lado, consecuencia afortunada de las negociaciones
partidos-gobierno, la reforma política (ejercicio permanente de nuestra
democracia) vislumbra también otros escenarios para las futuras lides
electorales, pero también para lo que será la administración pública en
adelante.
Con la perspectiva de un 2013 que cerrará con mucha
actividad política, con acciones y reacciones por parte de partidos y gobierno,
este primer año de la administración federal ha sido de grandes cambios y
grandes acuerdos, admirados e incluso envidiados por otros regímenes. Ha nacido
una nueva forma de gobernar al país y una nueva forma de hacer política. Bien
pronto veremos sus frutos en el desarrollo nacional.
* Secretaria general del PRI