Argentina.- Abu Dabi, 15 de diciembre de 2003. Javier
Mascherano mira el suelo, se quiebra. Las lágrimas le recorren el rostro. Ni
siquiera la palmada de Hugo Tocalli, su entrenador, logra calmar tanta
angustia. Y no es para menos: su selección, la sub-20 de Argentina, acaba de
caer ante el Brasil de Daniel Alves en la semifinal de la Copa Mundial Sub-20
de la FIFA. “Esta camiseta representa mucho para mí, es difícil de explicar”,
alcanza a balbucear ante el micrófono de FIFA.com.
Ya han pasado más de diez años, dos medallas olímpicas
doradas y tres Copas Mundiales de la FIFA desde entonces por los hombros del
santafesino, que debutó con la selección antes de hacerlo en primera división
con su club, River Plate. O más de 100 partidos, si se prefiere.
El líder espiritual del equipo de Alejandro Sabella, el
capitán sin cinta -pertenece a Lionel Messi-, vuelve a llorar tras el encuentro
frente a Bélgica. Pero no hay tristeza esta vez. Argentina está en semifinales
de la Copa Mundial de la FIFA por primera vez en 24 años.
“Son muchos años peleando por esto, y finalmente lo
logramos”, explica dos días después a FIFA quien sufriera las eliminaciones en
cuartos tanto en Alemania 2006 como en Sudáfrica 2010. “La felicidad es
evidente, pero hay que transformarla en esperanza y recuperar rápido nuestras
fuerzas. Hay que entenderlo: estamos a un partido de poder disputar la final de
una Copa Mundial, no hemos hecho historia aún”.
La Mascheranomanía
Los números de Mascherano impresionan: ha disputado los 480
minutos de Argentina en el torneo, entregó 406 pases a sus compañeros y
recuperó 37 balones. Suficiente para explicar la idolatría que lo abraza por
estos días en su país de origen.
“Yo intento llevar adelante mis principios cuando entro a
una cancha. Como en cada partido, podés ganar o perder. Pero hay que respetar
siempre los mismos valores”, aclara quien se ha visto replicado en las redes
sociales con sus imágenes, ya sea discutiendo en inglés en pleno juego ante
Suiza o luchando con los gigantes belgas en cuartos de final.
Pero la euforia ha pasado y asoma Países Bajos en el
horizonte, equipo que ha protagonizado duelos decisivos ante Argentina en la
historia de la Copa Mundial de la FIFA. “Hay una rivalidad tradicional”, asume
el volante central, quien aún recuerda la histórica eliminación en cuartos de
final de 1998 con un gol magistral de Dennis Bergkamp.
“Estaba en casa viéndolo por televisión, lo viví con la
misma desilusión que todos los argentinos. Pero esta Holanda tiene experiencia
y está hambrienta tras perder la final en 2010, por lo que habrá que tener
cuidado”, aclara con respeto, aunque sin temor: “Estamos entusiasmados, nos
sentimos fuertes y sabemos que podemos hacer otro gran partido”.
Sin dudas, gran parte de la suerte argentina dependerá de
Lionel Messi. “Leo nos ha salvado en algunos partidos, aunque no podemos
depender de él”, se sincera el santafesino. Por el contrario, “el equipo debe
estar ahí para apoyarlo como ante Bélgica, donde controló el juego con la ayuda
de todos. Eso es lo que queremos: pese a saber que tenemos las
individualidades, priorizar el equipo”.
Equipo que peleará por estar en la final del próximo 13 de
julio en el Maracaná. Como sueña Mascherano. Aquel que lloraba en 2003. Y el
que arengó a sus compañeros antes del choque con Bélgica con una frase que dio
la vuelta al mundo en 24 horas: “Estoy cansado de comer mierd… Dejemos la vida
por otra alegría”. Lo separan tan sólo 90 minutos.