- A 114 años del nacimiento del pintor Rufino Tamayo, que se cumplen este domingo 25 de agosto, se le sigue considerando como uno de los máximos exponentes de la pintura no sólo de México, sino del mundo. Un pintor universal, cuya técnica, aunque imitada no ha podido ser superada
- Arturo Rodríguez Doring, maestro en artes visuales; Nadia Ugalde Gómez, historiadora de arte, con maestría en arte mexicano; Laura González Matute, maestra en historia del arte y María Elena Bermúdez Flores, sobrina del pintor, hablan del artista
México,
DF.- Creador de un estilo personal, Rufino Tamayo destacó del resto de los artistas plásticos de su
generación precisamente por eso, por imprimir su sello y no seguir la corriente
que marcaba la época. Aunque también plasmó murales con la temática
revolucionaria, como el que se encuentra en el Museo Nacional de las Culturas,
se desligó de ese estilo para construir uno propio.
Rufino
Tamayo nació en Tlaxiaco, Oaxaca el 25 de agosto de 1899 y murió en la Ciudad
de México el 24 de junio de 1991. Rufino del Carmen Arellanes Tamayo, sufrió el
abandono paterno a corta edad y su madre falleció cuando apenas contaba con 11
años, por lo que en homenaje a su progenitora pasó a ser únicamente Rufino
Tamayo.
Tres
investigadores coinciden en señalar que la obra de Rufino Tamayo es única, él
participó en la consolidación del arte del México moderno; el manejo del color,
las mixografías, la figura, son técnicas que nadie ha conseguido superar.
Su obra se
encuentra en colecciones de museos de todo el mundo y ha sido expuesta en
recintos como The Philips Collection de Washington, DC y el Museo Guggenheim de
Nueva York, Estados Unidos. Sus murales también decoran lugares como el
edificio de la UNESCO en París.
En la
Ciudad de México, el museo que tiene la colección más importante es el Museo de
Arte Moderno en el Bosque de Chapultepec, mientras el que lleva su nombre,
también en Chapultepec, resguarda arte contemporáneo.
Tamayo la
figura más universal de la pintura moderna
Para Arturo
Rodríguez Doring, artista visual e investigador del Centro Nacional de
Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas del Instituto
Nacional de Bellas Artes, Rufino Tamayo, es sin duda, el principal exponente
mexicano dentro del arte moderno –si entendemos el muralismo como un
paréntesis, como un caso de excepción dentro de la modernidad en el arte–,
definitivamente Tamayo es la figura más universal de la pintura moderna
mexicana.
El
investigador del Cenidiap, señala que debemos recordar que hubo un movimiento
modernista en México que no tuvo la repercusión que debía, a causa del
muralismo, ya que éste opacó a artistas extraordinarios como Carlos Mérida,
Abraham Ángel, Manuel Rodríguez Lozano, que eran pintores modernos en el más
amplio sentido y Tamayo, que es más joven viene a dar continuidad a estos
primeros representantes.
Al salir
desde muy joven del país, Tamayo desarrolla su estilo en Nueva York en los años
veinte, por lo que el estilo más maduro que conocemos de Tamayo se gesta en el
extranjero, aunque nunca dejó de visitar México y estuvo en contacto con
artistas, escritores y músicos como Carlos Chávez, de quien fue gran amigo y
ambos pugnaban por un modernismo local o sea con un rescate de la tradición que
podríamos llamar “mexicana” y que no se basa únicamente en las culturas
prehispánicas.
Lo que
Tamayo insistía en hacer era trascender como un artista universal, aunque la crítica extranjera lo ubicaba como un
artista ultra mexicano por su acercamiento a las culturas prehispánicas, de las
que toma elementos básicamente de la escultura, de la que logró reunir una gran
colección de piezas.
En los años
cincuenta vivió en París donde se integró plenamente al movimiento cultural de
la posguerra y se puede afirmar que se encuentra a la par en todos los aspectos
de los pintores más relevantes de Europa y de Estados Unidos que dominaron la
escena artística en esa década.
A decir del
investigador del Cenidiap, entre los artistas que podrían haber influenciado la
obra de Rufino Tamayo se encuentra el pintor francés Jean Dubuffet, los
pintores matéricos y muchas de las tendencias del modernismo temprano como el
cubismo.
El mural
del Hombre frente al universo que se encuentra en el Hotel Camino Real de
Reforma, resume en muchos aspectos la obra del artista, la cosmogonía de Rufino
Tamayo está perfectamente resumida en esta pintura, comenta Rodríguez Doring.
Su obra
está ampliamente documentada, a lo largo de su vida realizó miles de pinturas,
grabados, mixografías, litografías, se puede afirmar que de 1921 hasta su
muerte existe registro de todo lo que hizo.
Arturo
Rodríguez Doring realiza una investigación denominada El color en la pintura
mexicana, por lo que Rufino Tamayo forma parte de este estudio.
La
promoción del arte mexicano a partir de la década de los cincuenta hasta la
época actual, es quizá uno de los aportes más importantes del pintor, a juicio
de Rodríguez Doring.
Rufino
Tamayo y su obra fueron posiblemente el recurso diplomático más fuerte durante
la época de consolidación del México moderno. Mientras que el muralismo
representaba la barbarie de la Revolución, Tamayo, entre muchos otros, pero
principalmente él, representaba el México moderno, industrial, estable,
pacífico, que pretendían los gobiernos de Miguel Alemán en adelante, afirma
Arturo Rodríguez Doring.
No hay
nadie tan grande como Tamayo
Para la
maestra Laura González Matute, quien fuera subdirectora del Museo de Arte
Moderno, especialista en las Escuelas de Pintura al Aire Libre, su acercamiento
con Rufino Tamayo es precisamente cuando ocupa ese cargo en el Museo de Arte
Moderno y presenta una exposición conmemorativa con su obra. Entonces conoció
su trascendencia, se dio cuenta de su grandeza y descubrió otro universo.
Es uno de
los pintores más grandes de la historia del arte mexicano del siglo XX, tomando
en cuenta que nació en 1899 y murió en 1991, casi abarcó los 100 años del siglo
XX, dice la maestra González Matute.
Durante el
desarrollo del movimiento muralista, Tamayo, quien tiene una sensibilidad
creativa y visión colorística que va más allá de lo común en el medio
artístico, se suma a los grandes: Diego Rivera, Orozco, Siqueiros, Montenegro,
pero al mismo tiempo empieza a crear algo diferente.
Él más bien
se identifica con el grupo de escritores denominado Los Contemporáneos, hombres
muy brillantes con cultura muy amplia, que tienden a la poética, a la
literatura europea, los poetas malditos, José Gorostiza, Xavier Villaurrutia,
Salvador Novo, Gilberto Owen, Enrique González Rojo, verdaderos escritores,
gente con mucho conocimiento, allí se inscribe Tamayo.
Mientras
los muralistas están creando una apoteosis a la revolución, obra estática sin
tanto colorido, Tamayo ya no está viendo lo que se hace en México, él está
dirigiendo su mirada a Europa viendo lo que hace Cezanne, Picasso, le atrae
Clem, Miró y de manera independiente va creando su universo y su camino que no
es el de la escuela mexicana de pintura.
Los
historiadores de arte, cuando hablan de Tamayo dicen que él se aleja de lo
mexicano, pero sí es muy mexicano, sin ser algo tan obvio como pintar la
bandera, soldaderas, revolución; él rescata esa esencia mexicanista que viene
de las formaciones prehispánicas, hasta con su colorido –podríamos hablar de un
rojo Teotihuacan–; pero también lo
popular, la feria, el papel de china, el mercado, le fascinaban esos puestos de
frutas exóticas, eso lo nutre, es ese cosmos el que poco a poco va llevando a
sus obras.
Es
universal porque no se queda únicamente en México –y no hablamos de su
presencia física, ya que vivió en nueva York, París, señala la maestra–, su obra, su universo pictórico se va hacia
Europa, adopta estilos pero con sello propio, aborda el cuadro abstracto, pero
hay figuración en él, lo mismo hace con la geometría, sin llegar a ser cubista,
hay formas donde incide, pero rebasa y aporta.
Él toma elementos para darles su línea, tiene
algo espléndido que es sentido del humor, encontramos personajes con calidad
lúdica, es el hombre de la alegría, a nivel colorístico mantiene un muy buen
equilibrio, donde un rojo y un amarillo, hacen contrastes, que uno al verlo
encuentra una experiencia estética muy bien realizada.
Todo esto
lo hace un pintor muy importante, porque en el caballete nos da abstracción,
figuración, colorido, elegancia, alegría, pero también filosofía, de vida,
muerte, cosmos, inicios, estrellas, pinta la luna, el sol, la noche el día
antagonismos, otra parte muy importante son las alusiones a la música, él como
guitarrista y buen cantante, plasma sus instrumentos musicales en murales,
fiestas y rituales las lleva a la plástica.
Tamayo no
habla únicamente de México, habla del hombre, del ser humano, está en contra de
la guerra y la cuestiona, no es un hombre apolítico, pero sus manifestaciones
en contra del imperialismo norteamericano, las hace en forma sutil y elocuente.
Todo eso es
lo que hace diferente a Tamayo y logra que rebase a los otros pintores
mexicanos. Es un genio de la pintura y del color. Logra trascender a nivel
internacional, suma críticas positivas a su obra.
Otro de los
aspectos que lo colocan como un gran ser humano, es la donación que hizo de su
gran colección de obra europea y prehispánica que se encuentra en sus museos de
la ciudad de México y de Oaxaca –su lugar de origen–, al que siempre le dio su
lugar y a partir de allí se convirtió en despliegue de creatividad que hemos
visto a través de los pintores que han seguido, como Toledo y eso tiene que ver
mucho con Tamayo, afirma la maestra González Matute.
Y finaliza
diciendo: “es un gigante de la pintura por eso ha logrado trascender. No hay
nadie tan grande que se le compare. Fue un hombre nacido para pintar que reunió
todas las cualidades”.
Tamayo
combinó tradición y modernidad
Para la
Historiadora del Arte, Nadia Ugalde Gómez, con maestría en arte mexicano y
artistas del siglo XIX y primera mitad del XX, su encuentro con el maestro
Rufino Tamayo en el Museo de Arte Moderno, es un acontecimiento que nunca
olvidará.
Llegó en
compañía de su esposa Olga para seleccionar obra que se enviaría a una
exposición en Los Ángeles, refiere la maestra, y aunque se trató tan sólo de
unas cuantas horas, la visita la impactó. “Él fue muy amable” –dice–, al
recordar que corrieron a la tienda del museo
a comprar unos posters que les firmó y que desde luego conserva, a
partir de allí empezó a interesarse más por su trabajo.
Para Nadia
Ugalde, uno de los mayores logros artísticos de Tamayo es haber conseguido
plasmar textura y volumen en un medio plano.
Desde
luego, destaca que supo encontrar su camino independientemente, alejado de los
grandes muralistas, él siempre fue a la vanguardia, buscando lo más moderno en
la pintura e hizo su camino alejado de los cánones que marcaba la escuela
mexicana.
En la Academia
de San Carlos, tuvo la fortuna de contar con maestros como Saturninio Herrán, Germán Gedovius, Roberto
Montenegro, así que aprendió el oficio en forma espectacular y aunque en un
principio siguió la línea de la pintura figurativa y académica, poco a poco
siguió su búsqueda de otros caminos en el arte.
Al viajar
mucho entre Nueva York y Europa entra en contacto con las vanguardias europeas,
expone con los grandes artistas del momento, pero siempre tuvo presente el arte
prehispánico de nuestros ancestros, muy en su interior toda esta tradición de
los pueblos autóctonos fluía en sus venas, dice la historiadora, quien añade,
que posiblemente esa situación se arraigó, cuando en su juventud trabajó en el
entonces Museo de Arqueología, haciendo
dibujos de esculturas y cerámica prehispánica, situación que seguramente le
fomentó el amor hacia el arte prehispánico.
Entre sus
logros destaca el haber sabido combinar tradición con modernidad y vanguardia
europea, buscando la síntesis de la forma, dándole prioridad a la figura y
forma, jugó con el color y descubrió contrastes como el “rosa Tamayo”, su
paleta de colores es algo muy característico de él.
La forma de
aplicar el pigmento sobre telas y soportes que hace que en sus obras se note la
pincelada entre textura, color y forma, logrando el equilibrio entre estas tres
cualidades, es un elemento también muy propio de su forma de trabajar.
En cuanto a
los temas, supo unir la tradición mexicana, sin ser nacionalista o histórico,
con aquellos que tenían que ver con el espíritu y el alma del ser humano.
Para la
especialista en arte mexicano, aunque el muralismo no fue el fuerte de Rufino
Tamayo, destacan los que pintó en el Palacio de Bellas Artes, el de la
Secretaría de Relaciones Exteriores y los que pertenecen a la Colección de
Carlos Slim; sin embargo ello prefiere su pintura de caballete, entre la que
desde luego sobresale su serie de Sandías, ¡qué cosa tan hermosa!, exclama al
evocarlas; y como grabador, sobresale su trabajo de mixografías.
Nadia
Ugalde dice que si le pidieran definir la obra de Tamayo, la resumiría en:
color, espacio, tradición, pasión y contenido.
Vida íntima
Portando un
gran ramo de flores que depositó en el nicho donde se encuentran los restos de
Olga y Rufino, en el Museo Tamayo. Arte Contemporáneo, a unos días de
celebrarse el que sería el aniversario 114 de su nacimiento, su sobrina María Elena Bermúdez Flores,
afirma: de Tamayo podemos decir mucho más. Hay que ver más allá de la pintura ,
era un hombre sencillo, atento, educado, sumamente sensible, muy observador de
los demás artistas, observador del ser
humano, siempre le gustaba la igualdad entre los hombres, era bromista y tenía
sentido del humor pero para sus cosas era sumamente serio y formal, rememora su
sobrina María Elena Bermúdez.
Estudioso
de geometría analítica, apasionado de la astronomía, siempre le interesó
conocer más al hombre tanto en su forma como en su pensamiento; siempre se le
veía con sus libros estudiando en sus ratos libros. La política tampoco le era
ajena.
Aunque en
el Registro Civil de Oaxaca se asienta que Rufino Tamayo nació el 25 de agosto
de 1899, él acostumbraba celebrar su cumpleaños el día 26 de agosto, por lo que
su sobrina señala que para ella será hasta el lunes su aniversario; incluso
posee un acta de nacimiento donde se registra tal fecha y así lo asentó en su
libro “Los Tamayo: un cuadro de familia”, que le llevó 16 años de
recopilaciones y sobre todo de recuerdos para llevar al papel.
Sus
primeros recuerdos los remonta a Avenida Chapultepec 515-B, 4º piso, “la
primera visión que tengo de mi tío Rufino es en la sala de ese departamento
pintando, siempre muy atento a lo que estaba haciendo. Me impresionaba lo
cuidadoso que era con su material y lo respetuoso que era con los demás; una
vez que terminaba, pasabas por la sala y todo estaba limpio, no quedaba rastro
de que hubiera estado allí”.
Desde que
tenía cuatro o cinco años, comprendí que mi tío era famoso, que vivía en Nueva
York y sabíamos de él por las cartas que enviaba mi ti Olga a mi mamá Débora,
ellas eran muy unidas y cuando estaban en México llegaban a nuestro
departamento.
Era como un
niño chiquito, cuando regresaban de un viaje, él gozaba más al dar el regalo a
cada uno de mis hermanos, incluyéndome, que nosotros en recibirlo, él se ponía
más contento, también pensaba en su gente de servicio, siempre traía algo que
había elegido personalmente.
María Elena
Bermúdez recuerda que “desde las primeras exposiciones de mi tío fueron un
éxito, me llamaba la atención la forma en que se arreglaban, siempre muy
elegantes. Me fascinaba escucharlo, tenía una gran profundidad de pensamiento,
Olga le decía: Rufino hablas muy bien”.
Yo soy una
persona muy inquieta –señala– siempre estoy inventando alguna cosa, seguramente
porque lo respiré. A mi tía Olga siempre le tocaba organizar todo, asesorar
para algún libro, una exposición, revisar las cédulas, fijar precios a los
cuadros, rotular invitaciones; como no existían las agencias de mensajería, le
ponía muy nerviosa la forma de trabajo del Correo, siempre estaba hablando por
teléfono, todo era una efervescencia que contagiaba. “Viví intensamente,
aprendiendo una serie de cosas que aún sigo practicando”.
Otro de los
aspectos que resalta de los Tamayo, fue su generosidad, a partir de que
tuvieron dinero no hicieron otra cosa que ayudar, los Museos, asilos, a la Cruz
Roja, otorgaron becas a estudiantes, el Instituto de Nutrición, de
Cancerología, Comité Pro ciegos, personas desamparadas, artistas, al Instituto
de Protección a los animales, se sentían tan agradecidos con la vida que
siempre estaban viendo a quien ayudaban; desde luego que estaban al pendiente
de las necesidades de la gente que estaba a su servicio.
Al
preguntarle si sabía de dónde tomaba la inspiración Rufino Tamayo, responde, un
día le dije: “oye tío, dime, cuando tú te paras frente a tu caballete y ya
tienes tu bastidor con tu tela, ya sabes lo que vas a pintar? Y le respondió que no, que comenzaba a dar
algunos trazos, que para él también era una sensación especial, divertida e
interesante descubrir cómo se iban formando algunas imágenes que venían a su
imaginación.
Desde
luego, aclara su sobrina, si se trataba de un mural, hacia los bocetos que
fueran necesarios, todo lo planeaba muy bien, medía las proporciones, “cuando
alguien duda del talento y capacidad del maestro Tamayo que se paren frente a
esos murales y miren si es o no es arte, si eso no es tener talento”.
Refirió que
ella y sus hermanos fueron muy afortunados, ya que después de morir su tía
Olga, como su madre también ya había fallecido, ella y sus hermanos fueron los
herederos directos del legado Tamayo, “no había gran cantidad de dinero, pero
sí de obras”.
Desde 1943
varios museos ya se interesaban por su obra y la compraban, hubo un galerista
de Los Ángeles, California, que compró cerca de 90 piezas.
Manifiesta
que para ella, su favorito es el cuadro denominado Los agaves, que Olga y
Rufino dieron a sus padres –Vicente y Débora– como regalo de bodas, es un
cuadro pequeñito de 52 x 13 centímetros, de 1928 que nunca ha estado expuesto.
Además del retrato que le pintó tres años antes de morir –1982– y que exhibe en
la sala de su casa, donde él quería que estuviera.
Comenta que
los últimos años de la vida de Rufino Tamayo fueron muy amargos y tristes, ya
que después de la intervención de corazón a la que fue sometido, sufría mucho,
no sólo él, sino toda la familia. Cuando lo hicieron miembro del Colegio de
México, ya casi no podía caminar ni hablar, hizo un gran esfuerzo por asistir.
En la
actualidad su hermana, María Eugenia es representante de los derechos de autor;
Rosa María, acude a las exposiciones con obra del maestro al lugar que sea,
además de estar pendiente de los asilos y ser secretaria de la Fundación.
Rufino
Tamayo en total produjo 1,300 óleos, entre los que se encuentran los veinte que
pintó de su esposa Olga, 452 obras gráficas, 358 dibujos, 21 murales, 20
esculturas y un vitral. (Conaculta)